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Historia y vida de la Barriada Príncipe Alfonso - Ceuta Capítulo XIV. Seguridad en la Barriada Príncipe Alfonso

 

Historia y vida de la Barriada Príncipe Alfonso - Ceuta

Capítulo XIV. Seguridad en la Barriada Príncipe Alfonso

Según ha llegado por tradición familiar, esta fotografía data de los años 40. En ella aparece el cabo Hidalgo, vestido con el uniforme de la Guardia Civil, sentado en el centro. A su izquierda, un hombre con bata, posiblemente vinculado a un establecimiento comercial, y a su derecha, otro hombre con ropa civil de la época. Los tres posan con una copa en la mano, en un ambiente distendido. Se cree que los dos acompañantes pertenecían a un establecimiento del Príncipe. 




Desde los últimos años de la década de 1920, la preocupación por la seguridad en la barriada del Príncipe Alfonso comenzó a materializarse en decisiones administrativas concretas. El 29 de agosto de 1929, se dispuso por primera vez que un guardia municipal prestase servicio en la zona, un indicio claro del creciente interés por garantizar el orden en esta barriada periférica de la ciudad.

A partir de entonces, se desplegó una estructura de vigilancia que fue evolucionando con el tiempo. En 1932, se registran disposiciones sobre el traslado de serenos y ajustes en sus gratificaciones, así como un creciente interés en ordenar la presencia de estos agentes en barriadas como la del Triunfo o la del Príncipe. Un folleto de la época, que recoge diversos aspectos de la ciudad, asigna en 1934 al guarda jurado don Martín Buche Regal como responsable del servicio en el Príncipe, estando domiciliado en la misma barriada.

Durante la Guerra Civil y la inmediata posguerra, la figura del guarda jurado adquirió un papel central. Según se desprende de las actas municipales, en 1937 se ordenó incluir en el presupuesto municipal las cantidades que debían percibir los guardias civiles retirados encargados de la vigilancia del barrio, cuyas retribuciones serían gestionadas a través del contratista de la Cantina Escolar.

En 1939, se desestimó la petición del guarda jurado Garivaldi Videgorri Cantúa, quien solicitaba que se le sufragaran gastos de vivienda, agua y luz. Pese a ello, la importancia del puesto se consolidó. En 1943, el guarda jurado don Guillermo Corrales Rodríguez, mutilado de guerra, recibió un anticipo económico mensual durante el tiempo que estuvo arrestado, evidencia de que su presencia era ya estable y reconocida institucionalmente.

La vivienda oficial del guarda fue objeto de continuas intervenciones por parte del Ayuntamiento: construcción de una cocina en 1945, instalación eléctrica en 1952, y reformas estructurales en 1951 y 1958, que reflejan la voluntad de sostener dignamente esa figura. Con el tiempo, el cargo de guarda jurado se consolidó como un pilar de la vida cotidiana del Príncipe. Tras Corrales, fue don José Domínguez quien ocupó el cargo y también residió en la casa oficial, que siguió siendo objeto de mantenimiento constante hasta bien entrados los años sesenta. Las intervenciones incluyeron pintura, ampliaciones y mejoras funcionales.

A nivel organizativo, hacia finales de los años cuarenta se impulsó la profesionalización del personal de vigilancia. Se autorizó la dotación de armas de fuego para los serenos, se gestionaron uniformes, impermeables y distintivos metálicos para los guardas jurados, y se incluyeron partidas presupuestarias específicas para su equipamiento.

En 1947, se contempló la instalación de una Casa-Cuartel de la Guardia Civil en la barriada, proceso que se prolongaría durante años y que refleja el creciente peso estratégico del Príncipe Alfonso dentro del marco de la seguridad ciudadana. A ello se sumaría, años más tarde, la habilitación de un pabellón como Comisaría de Policía, reforzando aún más la presencia del Estado.

La preocupación de las autoridades no se limitaba únicamente al control del orden. En 1949 y 1967, se documenta la intervención de organismos como el Tribunal Tutelar de Menores y la Junta Provincial de Protección de Menores, debido a la presencia de menores ejerciendo la mendicidad o realizando ventas ambulantes. Estas iniciativas derivaron en la creación de una reformatoria de menores, también en la barriada, lo que amplió el enfoque institucional hacia un modelo de control social más amplio. El uso compartido de locales entre servicios de menores y necesidades educativas generó tensiones y llevó a la necesidad de buscar nuevos emplazamientos para establecer un grupo escolar.

En 1956, se recuperó un local municipal en la barriada que hasta entonces había estado ocupado por fuerzas de las Mejanías, según informó el jefe de la Oficina de Musulmanes Residentes. Aunque la documentación no ofrece más detalles, todo apunta a que se trataba de personal vinculado a estructuras de vigilancia asociadas a las antiguas tropas indígenas.

Durante varias décadas, el Príncipe contó con un entramado sólido de seguridad, conformado por serenos, guardas jurados, Guardia Civil y Policía Nacional, respaldado por infraestructuras municipales activas y funcionales. Sin embargo, con el paso del tiempo, este dispositivo fue desmantelándose progresivamente, marcando el fin de una era de presencia institucional constante en la vida de la barriada.

Mis recuerdos sobre la seguridad

En la segunda mitad de la década de los cincuenta, cuando comienzan mis recuerdos, asocio la seguridad del barrio con la figura de don Guillermo, un hombre corpulento, siempre uniformado con su capote en invierno. Imponía respeto, y quizá algo más, simplemente con su presencia. Lucía en su pecho una placa metálica que lo identificaba como Guarda Jurado.

No recuerdo conflictos graves entre familias en aquella época, sino más bien discusiones o peleas callejeras entre niños que los mayores atajaban rápidamente. Cuando se requería su presencia, bastaba con acudir a su domicilio y contarle lo sucedido. Don Guillermo ni se inmutaba: simplemente decía “dile a fulanito que venga”. Yo volvía, daba el recado, y el causante —o los implicados— subían a la puerta de la iglesia, junto a la cartería. Don Guillermo los escuchaba, y según el caso, emitía una advertencia o aplicaba un correctivo in situ, sin importar la edad.

Durante aquel periodo, la barriada se sentía como un lugar seguro.

Años después, se produjo el relevo: don José Domínguez, que ya vivía en la barriada, pasó a ocupar la vivienda oficial del guarda. Era de un talante distinto, más dialogante y afable. Solía bromear, y ese carácter pareció trasladarlo a algunos de sus hijos e hijas. Durante su etapa, comenzaron a aflorar ciertos conflictos, quizá propios de una barriada en expansión, con problemas sociales aún por resolver. Aun así, el control social se mantenía.

Sobre la Guardia Civil, recuerdo que se destinó un número cercano a un pelotón con sus familias, distribuidos en distintas zonas de la barriada. Aunque las actas reflejan que se les proporcionó un espacio en los edificios del centro escolar, personalmente los recuerdo alojados al inicio de la calle San Daniel y también en el Fuerte del Príncipe. Desde allí se desplazaban hasta el Tarajal, a un paso fronterizo situado en el río de las Bombas, junto a la antigua fábrica de cerveza.

Más tarde, se instaló a la izquierda de la iglesia la Comisaría de Policía Nacional, que albergaba algunos efectivos. Patrullaban esporádicamente la barriada, sobre todo por las calles Rafael Orozco, María Jaén y San Daniel. Recuerdo que había al menos seis agentes, además del comisario. Uno de ellos, don Guillermo, natural de La Línea, era un hombre afable, que incluso venía a jugar al ajedrez en el colegio.

No todo fue positivo. Otro comisario, en cambio, protagonizó un hecho que dejó huella: maltrató a una vecina, tomándola del brazo y arrastrándola hasta la comisaría por una simple discusión entre niños. También trasladó a un niño por encender unas cerillas a modo de juego. Las protestas vecinales fueron unánimes y, poco después, este agente fue sustituido. Algunos decían que incluso fue trasladado fuera de Ceuta, ya que no volvió a aparecer.

Casi al llegar a los años setenta, comenzaron a aparecer caras nuevas en la barriada y los problemas afloraban con mayor facilidad. Los antiguos musulmanes del barrio eran ya mayores, mientras que entre los jóvenes surgían nuevas ideas, nuevos conflictos, y con ellos, nuevos desafíos para la convivencia y la seguridad.


Capítulos anteriores de la Barriada Príncipe Alfonso:


Comentarios

  1. Queridos principeños:

    Nos acercamos al final de este trabajo. Según lo previsto, solo restan dos publicaciones: el Capítulo XV, dedicado al Fuerte Príncipe, al que considero una verdadera joya; y, más adelante, el Capítulo XVI, que será una composición de imágenes que muchos de vosotros me habéis ido enviando.

    Aún queda algo de tiempo para que me mandéis aquellas fotografías que deseéis conservar como parte del recuerdo. Por supuesto, respetaré plenamente la decisión de cada uno, sea cual sea.

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  2. Me encanta leer estás historias.

    ResponderEliminar
  3. Paquito, siempre preparaba las procesiones. No debemos olvidar a ese grupo de mujeres siempre cercanas y dispuestas a ayudar: María Mata, Carmela, Nati, Conchi, y algunas más.

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    Respuestas
    1. Si!! En la Barriada había mucha seguridad. Policía Armada, Guardia Civil, y los famosos Guarda Jurado.
      Pero el Príncipe era una Barriada tranquila, sin delincuencia,ni violencia callejera. Las típicas peleas de niños con otros niños, y cuando volvías a casa, ya estaba tú madre esperando ( pues ya se había enterado de la pelea) con la zapatilla en la mano y te calentaba el culo, para que no volvieras a pelearte.
      Alguna discusión de mayores ( mujeres y hombres) que a los 5 minutos de acabarlas, ya se hablaban como si nada hubiese pasado. ERAMOS BUENAS GENTE.

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