Crónica del Toro Embolao Salida de uno de los toros Sin saber si me encontraría con una fiesta o con una batalla disfrazada de tradición , llegué a Los Barrios a mediodía. El sol caía sin apuro y el aire, cargado de anticipación, olía a algo más que a primavera: olía a tierra agitada, a pólvora, a emoción retenida. La calle ya había sido rendida a la causa. Cerrada al tráfico, lucía las conocidas vallas de plástico amarillas, como centinelas silenciosos que negaban el paso a los coches y permitían solo a los valientes y los curiosos. Más allá, flanqueando la avenida en su carril de servicio, se alzaban las vallas metálicas de postes color marrón y tubos grises de acero: una espina dorsal que marcaba el sendero sagrado del toro. Aparqué cerca de mi destino y lo noté de inmediato: el ambiente respiraba otra cadencia. Más coches de lo habitual, los bares desbordados de risas, vasos y expectativas. Incluso un supermercado cercano exhibía su papel de actor secundario, con colas en ...