Historia y vida de la Barriada Príncipe Alfonso – Ceuta Capítulo XI. Espiritualidad e Iglesia en el Príncipe
Historia y vida de la Barriada Príncipe Alfonso – Ceuta
Capítulo XI. Espiritualidad e Iglesia en el Príncipe
Cultos en la Barriada del Príncipe Alfonso (1927–1965)
Desde finales de los años veinte, la vida espiritual en la Barriada del Príncipe Alfonso se convirtió en un eje vertebrador del crecimiento comunitario, en torno tanto a la iglesia cristiana como a la futura mezquita musulmana. Las actas municipales recogen con detalle cómo las instituciones locales y religiosas, así como los propios vecinos, colaboraron en la consolidación de espacios de culto que no solo cumplieron funciones litúrgicas, sino también sociales, educativas y simbólicas.
La Iglesia de San Ildefonso: fe, asistencia y cohesión
El 9 de junio de 1927 se colocó la primera piedra de una capilla y escuela en la barriada, acto al que el Ayuntamiento concurrió formalmente, con un gesto simbólico: un donativo de una peseta para cada niño residente. Ese modesto edificio pronto se convirtió en el núcleo espiritual del barrio, y mientras se proyectaban centros escolares definitivos, el propio Vicario General propuso que la capilla funcionara provisionalmente como escuela, aceptando el Ayuntamiento gratificar con 100 pesetas anuales al sacerdote encargado de instruir a los niños.
Las primeras décadas marcaron una relación estrecha entre el Patronato de Señoras —responsable de las obras iniciales— y el municipio. El Patronato recibió sucesivos donativos para la construcción de la iglesia y las escuelas, además de fondos municipales para un cuadro de azulejos con la imagen de San Ildefonso, colocado en la fachada exterior del templo (1929). Otro se colocaría en la fachada opuesta, este de la Virgen.
En 1930 fue designado como capellán don Salvador Navarro Acuña, primer sacerdote con constancia documental en el cargo. Más adelante, la iglesia fue dotada con una gratificación mensual para su mantenimiento, misas y gastos menores de culto. A finales de aquella década, suponemos una numerosa feligresía entre los seis mil habitantes que residían en el Príncipe. Años después, en 1943, un nuevo homenaje histórico vinculó el templo a una figura emblemática: San Juan de Dios, cuya estancia en Ceuta se conmemoró con una lápida y una ceremonia en su festividad.
El año 1949 se consolidó la dimensión simbólica de la iglesia al reconocerse la figura del Obispo Marcial López Criado, quien había impulsado su construcción. Se aprobó nombrar un grupo de nuevas viviendas como Grupo del Obispo López Criado y se instalaron en la plaza central una farola y una lápida conmemorativa. La iglesia se convirtió así en centro espiritual y también en ancla de memoria e identidad barrial.
El fuerte apego vecinal se reflejó en abril de 1950, cuando los habitantes propusieron, y el Ayuntamiento aceptó, declarar hijo predilecto de la barriada al funcionario Rafael Orozco García, nombrando en su honor la calle que une la iglesia con la plaza.
Durante las décadas siguientes, diversos párrocos continuaron esta labor: Eugenio Castro Miranda (1957), Rafael Palomino, José Casal (1962–1966), y posteriormente Emilio González Amores. Todos ellos velaron por el mantenimiento del templo, que fue objeto de continuas obras de mejora: instalación de un reloj en su fachada (1954), blanqueo y reparaciones antes de fiestas patronales (1962 y 1964), pintura de farolas y dependencias anejas (1963), e incluso ampliación de los servicios básicos como el suministro de agua, canalizado desde la fábrica de cerveza cercana (1957). Curiosamente, incluido don Salvador, todos naturales de San Fernando.
En marzo de 1962, tras haberse eliminado su partida presupuestaria, el Ayuntamiento acordó restaurar la subvención a la iglesia para asegurar el sostenimiento del culto.
A primeros de los años sesenta, un grupo de misioneros formado por cinco personas llegó a la barriada. Permanecieron algo más de una semana; aquello fue un revulsivo de fe. Durante aquellos días se realizaron numerosas actividades pastorales y lograron transformar aquel lugar.
También a mediados de los sesenta se establecieron en la barriada un grupo de monjas pertenecientes al Sagrado Corazón. Su permanencia no llegó a los cinco años. Sin embargo, las hermanas María de la Concepción, María de Los Ángeles, Hermana María Anunciación, María del Brezo y la Hermana Superiora desempeñaron un destacado cometido, especialmente con las jóvenes, a las que les impartían clases de cocina, bordado, costura… Construyeron en la parte trasera de la iglesia un gran patio que utilizaban en aprovechamiento de cursos para las jóvenes de la barriada.
La Mezquita: presencia y reconocimiento del culto musulmán
La vida espiritual de la comunidad musulmana también fue objeto de atención por parte del Ayuntamiento. Ya en mayo de 1930 se concedió gratuitamente un terreno para la construcción de una zauia (pequeño oratorio), donde las familias musulmanas del Príncipe Alfonso pudieran realizar sus oraciones.
En los años cincuenta se retomó el proyecto, mostrándose la voluntad institucional de dotar a la comunidad islámica de un espacio digno. En septiembre de 1952, el Ayuntamiento solicitó al arquitecto municipal que buscara un nuevo solar donde reubicar un barracón instalado en el lugar previsto para la Mezquita del Príncipe. En noviembre del mismo año, se fijó el precio simbólico del solar en cuatro pesetas por metro cuadrado, reflejando una disposición favorable hacia la construcción del templo islámico.
Si bien la documentación no detalla la finalización de la obra en este periodo, estos pasos reflejan el reconocimiento institucional del pluralismo religioso en la barriada y el inicio de un proceso de integración formal del islam en el paisaje urbano del Príncipe Alfons
Testimonio personal: la fe vivida en la barriada (años 60)
A modo de complemento a este recorrido histórico, comparto aquí algunos recuerdos personales que ilustran cómo se vivía la espiritualidad en el día a día del barrio durante los años sesenta.
Los recuerdos que guardo sobre aquellos años coinciden con un momento muy especial: la Primera Comunión de todos mis amigos de la barriada, a inicios de los años sesenta, cuando aún se celebraba a los siete años. Aquellos días previos eran maravillosos. Preparar el traje era todo un acontecimiento: con gran esfuerzo, muchas veces a plazos, nuestras familias compraban aquellos atuendos —unos de marineros, otros de aviación, con sus distintos galones y graduaciones, y otros de azul oscuro.
| Cortesía de José Pozo- Grupo de niñas y niños preparados para el acto. | 
Por las tardes íbamos a la iglesia a aprendernos el catecismo, siguiendo aquel sistema de preguntas y respuestas. Aún conservo, sorprendentemente bien y forrado, el pequeño catecismo de entonces, después de casi 65 años.
Tras la ceremonia litúrgica, nos llevaban al comedor del colegio. Allí, en largas mesas, nos sentábamos con nuestros familiares alrededor, y nos ofrecían chocolate caliente acompañado de churros, pan o alguna galleta. Después comenzaba un ritual encantador: el intercambio de recordatorios, eran preciosas con esos hermosos dibujos y grabados en oro. Los niños las coleccionábamos y las dábamos también a los adultos, quienes solían corresponder con alguna moneda. Íbamos de casa en casa, de familiares y conocidos, entregando nuestras estampitas a cambio de ese simbólico "premio".
Siempre había alguna foto con los padres, aunque normalmente salías con la madre, ya que muchos padres trabajaban y no podían permitirse ese descanso. El traje, una vez finalizado todo, quedaba guardado con mimo para el siguiente hermano, igual que ocurría con los vestidos de comunión de las hermanas, tras los inevitables arreglos. Los zapatos blancos era distinto, se pintaban con betún negro y así servían para salir los domingos.
Misioneros y monjas
Recuerdo también la llegada de los misioneros, unos días de especial intensidad. Aquellos hombres eran incansables. Hablaban de forma tan cercana que pronto comenzaron a atraer incluso a quienes no solían acudir a la iglesia. Se interesaban por todo. De aquellos momentos me quedó grabada una conversación: le pregunté a uno si de verdad le compensaba esa vida. Para mí, siendo tan joven, era una pregunta profunda. Me respondió que era profesor universitario, incluso catedrático, y que un día sintió una llamada que lo cambió todo. Dejó su carrera para dedicarse a aquello, y me dijo que era feliz. Esa respuesta nunca se me ha borrado.
Con las monjas tuvimos más trato, al permanecer más tiempo en la barriada. Su labor fue más dilatada y, aunque se dirigía mayoritariamente a las muchachas, su influencia fue profunda y positiva para muchas personas, sin distinción de religión. Se centraban en la formación personal.
Sacerdotes
Dos sacerdotes recuerdo con especial cariño: don José Casal y el padre Emilio. Con el primero, además, tuve una relación de parentesco indirecto, ya que su hermana se casó con mi tío Antonio Rodicio. Don José, durante su estancia en la barriada, realizó una notable labor pastoral, estrechó lazos personales con los vecinos y también con las instituciones, logrando mejorar considerablemente el aspecto de la parroquia.
El padre Emilio, quien posteriormente me casó en aquella misma iglesia, continuó la senda de José Casal. También era afable, aunque lo recuerdo algo menos comunicativo.
La mezquita
La presencia de la fe islámica también forma parte de estos recuerdos.
En mi memoria retiene perfectamente el aspecto de la mezquita musulmana, ubicada en la calle San Daniel, justo frente a la tienda de Francisco Moreno. Su arquitectura era sencilla pero hermosa. Destacaba una bonita puerta que daba acceso a un amplio salón. En el exterior, dos bancos de
azulejo azul servían de asiento para los ancianos, que esperaban allí tranquilamente para charlar o entrar a orar.
Entre musulmanes y cristianos existía un respeto absoluto, especialmente en lo referente a los actos religiosos. Era normal que algún niño hiciera alguna travesura, pero nunca presencié una falta de respeto deliberada.
La Casa de Acogida
No quisiera dejar de mencionar una de las actividades más importantes que se llevaron a cabo en la barriada: la creación de la Casa de Acogida para ancianos y personas con discapacidad. Muchas de estas personas, tristemente, estaban abandonadas por sus familias.
El impulsor del proyecto fue Isidoro Lezcano Guerra, de profesión meteorólogo. Su primera experiencia en este ámbito fue en una casa situada en las faldas del Monte Hacho, que creo recordar se llamaba “Nazaret”, o quizá como se ha dicho Betania, a principios de los años sesenta. Más adelante, fundó una nueva casa que denominó Cruz Blanca, ubicada en el barrio del Príncipe. Su primer domicilio fue un edificio de tres plantas en la Calle Fuerte, que destacaba por su arquitectura artesanal, sencilla pero cálida, construida con materiales humildes que transmitían cercanía y humanidad. Años más tarde fue ubicada junto a la iglesia de la barriada.
Recuerdo con ilusión el día en que me acerqué por primera vez y dije que quería ayudar. Estaban enfrascados en adecentar la vivienda para recibir a los primeros residentes. Me entregaron un bote de pintura verde, y me puse a pintar las ventanas de madera, mientras otros se ocupaban de distintas tareas necesarias.
Éramos un pequeño grupo: Abselan, Alí, Faustino (en español; no recuerdo su nombre en árabe), Rafael Orozco —que acudía con menos frecuencia— y yo. Isidorito, le conocía menos, creo que estaba en una casa en Tánger.
Durante años nos mantuvimos firmemente comprometidos con aquel proyecto. Cuando se constituyó oficialmente como congregación, yo ya tenía novia y decidí no continuar, aunque seguí sintiéndome muy vinculado, sobre todo a través de Isidorito Macías, el “Padre Patera”, como hoy se le conoce, entonces responsable de la casa de Algeciras, ya como Hermanos Franciscanos de la Cruz Blanca. Isidoro Macías, realizó durante el tiempo que permaneció en la casa de Algeciras, una labor digna de los mayores elogios.
Isidoro salía a pedir ayuda con unos recibos en los que él mismo firmaba la cantidad donada. Todo sumaba. En más de una ocasión me entregó incluso su paga íntegra para comprar alimentos para la casa. Abselan era un excelente cocinero; Alí, organizado y eficaz, mantenía todo en orden; y Faustino, por su experiencia, sabía siempre dónde debía ir cada cosa.
Cuando Isidoro comenzó a fundar casas por toda España, los integrantes del grupo original fueron siendo destinados a distintos lugares. Las despedidas eran tristes —incluso para los residentes, que echaban de menos a aquellas personas— y, como todos, yo también tuve que decir “hasta luego” e iniciar mi propio camino.
Pero siempre recordaré con cariño a aquellas primeras personas a las que acogimos: José, Aurelio, Francisco, Baldomero, el asturiano...
Epílogo
Estos recuerdos no solo hablan de fe, sino también de comunidad, de esfuerzo compartido y de una infancia marcada por la convivencia y el respeto. Hoy, mirando atrás, comprendo que aquellos espacios y personas construyeron mucho más que templos: tejieron identidad, sentido de pertenencia y valores que aún perduran en la memoria de quienes vivimos allí.
| Cortesía de Paulino Quintero- A la Izquierda Paulino Quintero y Santi Chippirraz | 
Me dejas sin palabras. Gran trabajo. Gracias
ResponderEliminarUna gran historia, donde todo el mundo habla mal del barrio del príncipe en ceuta, hablan mal porque la verdad es que muchas gentes eramos, ignorante y no se sabían la verdadera historia døde se convivía musulmanes Y Cristiano como hermano, hoy en día se sigue hablando mal¿ pero será verdad? Felicitaciones, Santiago, soy Luis ( bar jero)
ResponderEliminarMaravilloso artículo. Aún conservamos un librito con los apuntes de las recetas de cocina de las.monjas.
ResponderEliminarQue pena, yo me salté todas las clases de cocina, con la bien que me habría venido ahora¡¡¡
ResponderEliminarMe ocurrió lo mismo, Anita asistió por los dos. Hace unos años me dio un libro con aquellos apuntes de las recetas de cocina para que lo encuadernara. Un día de estos lo haré.
EliminarPrimero, enhorabuena por lo bien que relatas los datos e historia de la Barriada.
ResponderEliminarRecuerdo una Mezquita, creo que la primera que hubo en el barrio. Estaba ubicada junto a la carboneras. Y es muy cierto el respeto ,qué los musulmanes y cristianos,se tenían en el tema religioso. Un abrazo.