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Historia y vida en la Barriada Príncipe Alfonso-Ceuta - Capítulo 4. El alumbrado y la electricidad

 

Historia y vida de la Barriada Príncipe Alfonso - Ceuta


Capítulo IV – El Alumbrado y la Electricidad 




En alguna ocasión he comentado mi inquietud por conocer el origen y nacimiento de los pueblos. Lo hago siempre desde una perspectiva no académica. Sin embargo, mi pasión es de tal magnitud que no echo en falta ese soporte, en ocasiones necesario, pero no imprescindible.

En nuestro proyecto de conocer los orígenes de mi barriada, Príncipe Alfonso de Ceuta, su desarrollo y evolución, hemos abordado con diligencia y entusiasmo las medidas que se fueron aplicando con un cierto orden cronológico. En este contexto, dedicamos el anterior capítulo a la enseñanza, dentro de lo que bien podemos considerar parte de las infraestructuras y servicios. En los capítulos siguientes seguiremos desglosando estos aspectos fundamentales para la vida cotidiana del barrio.

Este capítulo lo dedicaremos por entero a la llegada de la luz, dejando el tema del agua para una ocasión próxima.

Hablar de luz no es solo hablar de electricidad. En una barriada como la del Príncipe, hablar de luz es hablar de esperanza, de dignidad, de presencia institucional. El alumbrado, tan básico como decisivo, tardó décadas en hacerse realidad. No por falta de ideas, sino por falta de continuidad, de voluntad o de medios. Las actas municipales cuentan una historia de inicios tímidos, interrupciones y avances a golpe de queja o urgencia. Aquí la luz no llegó de un día para otro. Fue, más bien, un goteo de decisiones y presupuestos que, poco a poco, fueron iluminando la barriada

Primeras iniciativas y muchas esperas (1927–1939)

En agosto de 1927, los vicepresidentes municipales Companys y Sancho reciben el encargo de proponer medios para dotar de luz y agua al Príncipe. Fue el primer gesto institucional registrado, aunque no parece haber tenido seguimiento inmediato. La moción del mismo año queda en manos del arquitecto municipal, pero no se mencionan avances en los años siguientes.

La siguiente mención aparece en 1939, más de una década después, y no para hablar de mejoras, sino para denegarle al guarda jurado el abono del suministro de casa, agua y luz. Este silencio documental sugiere que entre 1927 y 1939 no se ejecutaron obras eléctricas significativas en la barriada.

Primeros tendidos: entre lluvias y barracas (1941–1944)

En 1941, el gestor musulmán Ben Amar reporta por primera vez averías en el tendido eléctrico del Príncipe, lo que indica que para entonces ya había alguna infraestructura eléctrica en funcionamiento. La causa: los recientes temporales. No se sabe cuándo ni cómo se tendió, pero sí que ya existía.

Ese mismo año, se toma la decisión de instalar 86 luces entre las barriadas de Jadú y el Príncipe, y se acuerda dotar de alumbrado a las nuevas calles surgidas por el traslado de barracas del Ángulo. En 1943, se aprueba el pago de farolas a la Casa Arroyo de Málaga, y en 1944 ya se suministra electricidad a la escuela de niñas del barrio. Es decir, entre 1941 y 1944 se consolida el primer sistema funcional de alumbrado público.

Crecimiento lento, demandas constantes (1949–1957)

En los años 50, el alumbrado sigue siendo un asunto recurrente. En 1949 se instala un motor eléctrico para el abastecimiento de agua, señal de que la electricidad ya tenía usos más allá del alumbrado. Los problemas, sin embargo, continúan: en 1952 hay que reparar la línea eléctrica de la motobomba y se adjudican nuevas instalaciones de luces.

En 1956 se compran 50 farolas de cemento, pero aún en 1957, un concejal denuncia carencias de alumbrado. Finalmente, en noviembre de ese año, se informa que la instalación de alumbrado público ha quedado terminada y en funcionamiento, aunque todavía se hacen ampliaciones hasta bien entrados los años 60.

Modernización e infraestructuras mayores (1964–1970)

Durante los años 60, se ve una profesionalización de las obras, con presupuestos mayores, concursos de subasta y empresas adjudicatarias como Segundo Coca S.A. La obra culminante parece ser en 1970, cuando se inaugura oficialmente el alumbrado de la carretera de acceso a la barriada y se intensifica el servicio de autobuses. La luz ya no es solo una bombilla en una calle; es parte de una red urbana más amplia, conectada y planificada, aunque sin ir demasiado deprisa porque en los sesenta aún quedaban viviendas sin luz eléctrica por falta de recursos.

Recuerdos de una luz temblorosa

Hasta bien entrados los años sesenta, mis recuerdos se entrelazan con la electricidad, las velas, las linternas, los candiles y ese inconfundible olor a petróleo y aceite. En muchas casas aún se cocinaba con carbón, aunque el butano comenzaba a abrirse camino. Recuerdo a mis abuelas, Lola y María —"Salud", no porque se llamara así, sino porque se le atribuían poderes para curar ciertas patologías—, usando aquellos viejos utensilios con una naturalidad asombrosa, como si el tiempo no pasara por sus manos.

Había todo un ritual para avivar la llama de la torcía en el quinqué, girando con cuidado la ruedecita metálica que regulaba la mecha. Pero lo más común eran las velas, que no alumbraban tanto como temblaban. Cada familia tenía su técnica para fijarlas en un vaso o en un platillo, con unas gotas de cera que sellaban el momento. Esa era, muchas veces, toda la luz de la vivienda.

En algunas barracas, cuando por fin se pudo hacer una instalación eléctrica rudimentaria, colgaba del techo una única bombilla, conectada a un cable improvisado. Con suerte, ese cable venía de algún palo de luz “prestado”.

Aquellas noches de lluvia o tormenta, lo primero que se preparaba era la vela y la linterna. Había una especial, que podía cambiar la luz a cristales de colores: rojo, azul, verde y blanco. Era preciosa aquella iluminación, mágica en medio de tanta penumbra, porque sabíamos que el fluido eléctrico podía cortarse en cualquier momento. Si mi padre aún no había llegado de trabajar, confieso que sentía un leve escalofrío con cada crujido del viento. A veces la luz regresaba al rato, y aplaudíamos, como hacíamos en el cine al bueno.

En mi infancia ya se habían colocado algunas farolas en la calle principal de la barriada, de esas de una sola bombilla. Pero en los alrededores, la referencia era siempre “el palo de la luz”, y a veces, en tardes traviesas, le tirábamos piedras hasta romper la bombilla.

Uno de mis recuerdos más queridos es la festividad de San Ildefonso, a la que más adelante dedicaremos un capítulo. En esas fechas, la calle Rafael Orozco y su plazoleta se iluminaban con luces extraordinarias. Mi amigo José Román —Pepón, como lo conocíamos todos— cantaba, siendo apenas un niño:

“En la barriada del Príncipe han puesto luces extraordinarias,
hay que ver cómo reluce el encalijo de las fachadas…”

No era solo una canción: era el retrato exacto de la alegría de aquellos días.

Recuerdo con cariño esas noches en las que ver encendida una lámpara era motivo suficiente para celebrar. No por la cantidad de luz, sino por lo que representaba: ese día había electricidad. A veces se iba la corriente en plena cena, y uno ya no sabía si reír o resignarse. La luz era tan escasa como valiosa, y por eso se cuidaba y se respetaba.

Con el tiempo, los postes fueron multiplicándose, las bombillas se hicieron farolas, y la oscuridad retrocedió. Pero en mi memoria, aquella primera luz débil, temblorosa, que iluminaba apenas una mesa o un rostro, sigue siendo la más intensa de todas.

Conclusión

No fue un interruptor que se accionó de golpe, sino una cadena de decisiones, protestas, presupuestos y gestiones que, a lo largo de más de 40 años, permitió que la luz llegara al Príncipe. Su historia eléctrica no es tanto la de una instalación técnica como la de una reivindicación prolongada, símbolo del abandono y también de la resistencia de un barrio que nunca dejó de pedir lo que le correspondía.

Capítulos anteriores:

Comentarios

  1. la luz , esa que permite ahuyentar las tinieblas y hace visible a los ojos lo cotidiano , los objetos , las personas que nos rodean dándonos su cariño . No siempre llega por cables , desde un candil o un quinqué . Ciertos seres la portan entre sus manos para , con toda generosidad , repartirla entre sus semejantes . Logran que veamos la vida llena de alegría , espantando las penas y permitiendo que el tiempo transcurra a nuestro favor , llenándonos de esperanza para trabajar por un mundo mejor . De ese don tuyo , Santiago , disfruto cada vez que te leo . Has puesto tu barriada de EL PRINCIPE en mi corazón . Muchas gracias .

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