Venancio y la Tomasa
En el Círculo Mercantil de La Línea, hubo un tiempo en que el ajedrez no era solo un juego, sino un espectáculo de ingenio. Allí se dieron cita los mejores jugadores de la provincia, y probablemente de España, como lo demuestran sus participaciones en el Campeonato de España por Equipos e Individual. Pero también hubo momentos de carcajadas. Y casi siempre, en el centro del tablero —y del bullicio— estaba Venancio Gavira.
De estatura media, algo regordete, con gafas de sol graduadas, frente despejada por los años y camisa blanca… blanca hasta que la ceniza del cigarro decidía aterrizar en ella, claro. Venancio acudía casi a diario al Círculo, no solo para jugar unas partidas, sino también para soltar sus ocurrencias, tan memorables como sus jugadas.
Dividía el mundo del
ajedrez en dos tipos de jugadores:
—“El buen jugador… y el
transportista de madera” —decía, aludiendo a quien solo movía
piezas sin mucha idea.
Siempre que colocaban las
piezas, preguntaba con su habitual seriedad cómica:
—“¿Vamos
a jugar como lo que somos… o como caballeros?”
Era
bromista, pero no tonto.
Si él cometía un error, lo corregía
con toda tranquilidad.
Pero si el contrario intentaba hacer lo
mismo, Venancio ya había capturado la pieza con gesto rápido y
sentencia inflexible:
—“¡Santa Rita, Santa Rita… lo que
se da, no se quita!”
Y repetía una de sus
máximas vitales como quien recita un reglamento:
—“No
quiero problemas ni problemasas… y menos con la Tomasa.”
Nadie supo nunca quién era la Tomasa, pero todos entendieron que con Venancio no hacía falta ganar para disfrutar la partida.
Al finalizar, solía levantarse y dirigirse a los mirones con tono solemne, mientras señalaba a su rival, con quien seguramente había tenido alguna triquiñuela o comentario punzante durante la partida:
—“Es una buena persona” —decía, como quien firma la paz con una sonrisa.
Reconozco que me agrada conservar en la memoria a las personas que he conocido. En este sentido, es raro que en todo lo que he escrito no haya dedicado algo, en algún momento, a alguna de ellas. Me entristece profundamente pensar en la cantidad de cientos, quizá miles, de archivos que he recopilado a lo largo de los años —muchos inéditos— y que probablemente quedarán en el olvido, pese al esfuerzo y el trabajo invertido.
ResponderEliminarCertifico todo lo que dices
ResponderEliminarCuando tenía 13 años, jugaba al Ajedrez con el suegro de mi hermana, Rafael Ares, Teniente de la Legión. Y me pasaba lo mismo que si jugara contra Venancio.
ResponderEliminarCuando el Teniente cometía un error y yo capturaba una pieza importante, volvíamos atrás la jugada y el comentaba -- Era para ver si estabas atento -- Y cuando el error era mío, decía -- La jugada hay que pensarla antes de realizarla -- Y no podía volver atrás. Así que siempre ganaba.
En partidas de entretenimiento es frecuente encontrar jugadores así. Pero Venancio era único. Él se divertía con esas frases hechas, las repetía con todos.
EliminarSanti, en tus escritos recuerdas y hablas de las personas que conociste y de las que sólo conoces por los archivos y en general de todas las personas de la Barriada ( al menos,todas nos sentimos aludidas).
ResponderEliminarY los datos de los archivos son eso,¡ Datos! Y ahí están. Pero cuando alguien de la Barriada oiga alguna noticia sobre El Príncipe, le vendrá a la memoria tus escritos, y se recordará del trabajo y el esfuerzo tan grande que realizaste. Gracias.
Ah¡¡¡ Y no son elogios, es reconocimiento a un trabajo bien hecho!!!
Gracias, Pepe, por tan hermoso comentario. Probablemente sea como dices, y la semilla que ahora se ha sembrado un día florezca. Seguro que habrá personas interesadas que deseen conocer aquellos comienzos y a sus protagonistas. Cada vez que eso ocurra, la Barriada Príncipe Alfonso de Ceuta hablará con modestia y verdad de su gran historia.
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