El cartero sabía más que el sobre
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| Edificio de Correos. La Línea- CHIPPI | 
Hace unos días, con motivo de un trabajo sobre la barriada Príncipe Alfonso de Ceuta, dediqué unas palabras al servicio de correos. Destacaba entonces la labor de Paco “el cartero”, el de toda la vida, aquel que realizaba su tarea muy por encima de lo que el cargo exigía
En un entorno urbano complejo, sólo una firme voluntad de servicio permitía completar el reparto con eficacia. En aquellos tiempos, no era raro que los medios se hicieran eco, de vez en cuando, de la entrega de estos trabajadores anónimos.
Fue entonces cuando recordé una historia sucedida en La Línea, en 1965, que refleja a la perfección ese espíritu. Ana María del Carmen Rodríguez López, una niña de ocho años residente en Londres, envió una carta a su abuela, doña Carmen López. En el sobre escribió: “C. Aurora, bar La Esteponera, España”. Olvidó algo fundamental: la localidad. Y, sin embargo, la carta llegó a su destino sin demora, como si nada hubiera ocurrido. Gracias a un cartero que conocía bien a sus vecinos, y a un servicio que funcionaba más por vocación que por protocolo.
Hoy, cuando un pequeño error en un formulario, un número mal colocado o una cita mal gestionada puede provocar un auténtico caos informático, esta historia —y muchas otras como ella— nos invita a reflexionar. Hubo un tiempo en que la imaginación, el sentido común y el trato humano estaban por encima de los sistemas. Un tiempo donde una carta mal dirigida no se perdía, porque alguien la buscaba. Y la encontraba.
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Una de las estructuras que ha mi modo de entender ha empeorado.
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