La ternura de sus pasos
Hay escenas que el mundo no anuncia, pero que detienen el corazón. Caminan despacio, casi sin ser notadas, pero dejan una huella profunda. A veces, basta una imagen sencilla para recordarnos lo esencial: el cuidado, la persistencia, la ternura. Esta es una de esas escenas.
La ternura de sus pasos
Nada en la calle me conmueve tanto como una pareja de ancianos cogidos de la mano. Es un cuadro vivo, una obra maestra discreta que el azar coloca en mi camino. Ningún ornato de la ciudad puede compararse con él; nada alcanza su encanto, por muy reconocido que sea su autor. Es imposible llegar a su ternura. Es como admirar una creación genuina y natural, moldeada por una conciencia superior.
Cuando caminamos en la misma dirección, mi admiración es tal que me quedo unos pasos atrás, durante largo rato, contemplándolos. Es curioso cómo, sin conocernos ni cruzar una sola palabra, empiezo a trazar una imagen de la pareja. Lo adivino por su forma de vestir, por su cuidado, y por quién parece caminar con más dificultad.
Ella, más ágil, parece sostenerlo sin que se note. Aunque le duela más, no lo dirá; mantendrá el cuello erguido, la mirada firme, como si la dignidad también se llevara en el bolso, junto a los pañuelos, la botellita de agua, las llaves, el monedero y una pastillita para él, otra para ella. Él, con la cabeza inclinada, observa sus pasos lentos, como si cada uno fuera un acuerdo tácito, un pacto silencioso entre cuerpos que ya se conocen de memoria. Los brazos, ligeramente caídos, revelan la línea de planchado de la camisa y del pantalón, que, sin importar el motivo de la salida, irán inmaculados y revisados antes de girar la llave en la cerradura de la puerta.
Respiro profundamente, a veces con un nudo en la garganta. Me pregunto cuánto han reído. Cuánto han llorado. Cuántas veces uno habrá cedido, y el otro comprendido. Cuántas palabras se han dicho, y cuántas más han callado. Y las miradas: de amor, de pasión, de complicidad, de preocupación por lo que el futuro les depara. Me pregunto cómo será el día en que uno falte. Y siento el deseo absurdo y tierno de protegerlos de ese momento.
Me recreo en la escena, la admiro. Siento una alegría inmensa y también una tristeza suave. Es una mezcla de emociones que me resulta casi imposible expresar. A veces acelero el paso y, con disimulo, les miro a la cara. Otras veces no me reprimo: levanto la mirada con descaro y les saludo, como si una parte de mí creyera tener la atribución de bendecirlos. Luego, miro al cielo y doy gracias.
He sentido, más de una vez, la tentación de capturar ese instante. De congelarlo. De hacerlo mío. Pero hay algo sagrado en esa caminata que me detiene. Entonces lo guardo en la memoria, con la delicadeza de quien protege un secreto hermoso, irrepetible.
Y a veces, no son hombre y mujer. A menudo veo a dos hombres mayores que caminan juntos desde siempre. Ambos con alguna dificultad. Se siguen cuidando con la misma rutina de siempre, con silencios largos, pasos lentos y sin aspavientos También ellos me conmueven profundamente. También a ellos les doy gracias en silencio.
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Lo escribí desde una emoción muy concreta y personal. Quizá por eso sentí que debía compartirlo, como se ofrece un regalo discreto, sin pretensiones. No recuerdo haber visto en ningún lugar del Campo de Gibraltar algo que simbolice exactamente esa imagen de ternura y cuidado entre personas mayores… Solo en Estepona he encontrado una escultura que, aunque no es igual, se acerca a ese sentimiento en su homenaje a la vida y la conexión humana.
ResponderEliminarMaritere: Me ha encantado muchas gracias Santi, por dedicarnos tu tiempo, que es una de las cosas más valiosas que tenemos gracias
ResponderEliminarMariola De Sola: Qué historia más tierna Santiago.!!!
ResponderEliminaren ese " casi imposible " mencionado en tu escrito arde la llama de la esperanza para que la ternura se haga realidad común entre todos los humanos . Demos los pasos adecuados para ello . No lo veo tan dificil . Un virtuabrazo para todos
ResponderEliminarHola Santi. Soy Pepe Pozo.
ResponderEliminarHistoria conmovedora. Cada vez la vemos más ( gracias a Dios) por la calle, nuestros mayores con todo lo que han luchado es digno de admirar y de emoción por seguir esa lucha de vida los dos juntos. A mí me emociona mucho y en verdad, me hacen llorar, pues por desgracia a mis padres no los he podido ver envejecer juntos.
Felicidades por lo que escribes. Un abrazo
Siempre contemplando los detalles. Precioso escrito.
ResponderEliminarMuchas gracias por los elogios. Sí, dedico tiempo a utilizar los sentidos. De ese modo mis percepciones son diferentes, y dejé de ver un cuadro, una flor, una persona... para llegar más profundo.
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