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Historia y vida de la Barriada Príncipe Alfonso - Ceuta - Capítulo VII. De albergues a plazas: La transformación del Príncipe (1935–1959)

 

Historia y vida de la Barriada Príncipe Alfonso - Ceuta

Capítulo VII. De albergues a plazas: La transformación del Príncipe (1935–1959)


Imagen capturada desde detrás del mercado, con la iglesia al fondo. Se trata de una fotografía de procedencia desconocida, compartida por vecinos de la barriada. Si el autor desea ser citado o solicitar su retirada, puede ponerse en contacto con esta publicación. En mis notas figura el año 1945; lo incluyo con reservas.


Desde mediados de la década de 1930, el Ayuntamiento emprendió una serie de actuaciones sostenidas en la Barriada del Príncipe, con el objetivo de mejorar las condiciones urbanas y dotar de infraestructuras básicas a los barrios periféricos de Ceuta. Este proceso, lento pero constante, fue configurando un nuevo paisaje urbano donde la vida comunitaria tuvo también un papel fundamental.

 Primeras actuaciones: infraestructuras básicas y mercadillos (1935–1939)

En 1935 se aprobó un presupuesto para la urbanización de la plaza inferior del Príncipe, y en 1936 se extendieron las obras a la reparación de calles, accesos a fuentes y mejora del entorno. Para noviembre de ese año, ya se planeaba la construcción de un mercadillo en la barriada, una medida que se replicaría luego en otros barrios como Hadú. Estas acciones respondían a una clara intención de dotar a las barriadas de equipamientos esenciales.

En paralelo, en 1938 se aprobó la adquisición de rótulos en azulejo para calles y plazas, gesto simbólico y estético que denotaba una intención de formalizar y embellecer el tejido urbano.

 Consolidación del Príncipe: mercadillo y viviendas (1945–1949)

En la puerta del Mercado del Príncipe. A la izquierda, Antonio Enrique; en el centro, un musulmán (desconocemos el nombre); y el Guarda Jurado, Guillermo Corrales. (Fotografía cortesía de Antonio Chippirraz Enrique)



A mediados de los años 40, la atención municipal se centró en el Príncipe. En 1946 se aprueba la construcción de un mercadillo, cuyo presupuesto ascendía a la suma de ciento siete mil noventa y dos pesetas, diez y seis céntimos, y se empieza a tramitar la legitimación de fincas de particulares. El mercadillo fue adjudicado a Francisco Palma García y ejecutado entre 1946 y 1949, incluyendo retretes. Inaugurado el 23 de enero, festividad de San Ildefonso, supuso una mejora clave en la vida del barrio.

En 1947 se aprueba el ambicioso proyecto de construcción de 100 albergues de urgencia, con un presupuesto de casi 600.000 pesetas. Las obras incluyeron urbanización complementaria, pavimentación y servicios básicos. La obra fue adjudicada a Benasayag y Delgado S.L. y finalizada en 1949, aunque persistían problemas como la falta de agua o la ubicación de un transformador de alta tensión en el centro del barrio. Después se construirían microescuelas para niños y niñas junto a dicho transformador.

Sin embargo, estas construcciones no parecen haber cambiado la percepción general sobre la barriada, porque el Sr. Moya habla del mal estado en que se encuentra la barriada del Príncipe: “completamente abandonada de labor municipal”. No obstante, se acuerda que las comisiones 2, 3 y 4 hagan un estudio y se proponga lo conveniente.

 Simbolismo, reconocimiento y vida comunitaria (1949–1955)

Con mi amigo Paquito, año 1971.
"Casas Nuevas" se prolonga hasta un poco más allá de la zona visible en la imagen. El primer plano corresponde a la entrada norte. En la zona media están el transformador y las microescuelas; más al sur, la plazoleta donde tuvo lugar el citado encuentro deportivo. El lugar por donde camina el señor era el camino desde el Tarajal al Príncipe, comentado tantas veces como proyecto



A medida que las infraestructuras se consolidaban, comenzaron los gestos simbólicos. En 1949 se decidió nombrar “Grupo del Obispo Marcial López Criado” a un conjunto de viviendas, conocido popularmente como “Casas Nuevas”, en homenaje al obispo recientemente fallecido. Este reconocimiento quedaría notablemente visible mediante una farola y una lápida con la correspondiente denominación.

En años sucesivos, calles y plazas se rotularon con nombres de personajes relevantes como el del Depositario de Fondos del Ayuntamiento don Rafael Orozco García, petición hecha por casi la totalidad de los vecinos. Se le dio nombre al tramo desde la Iglesia a la Plazoleta, que un año más tarde, en sesión de 31 de enero, quedó rotulada con el nombre de Plaza del padre Salvador Cervós Guardia (1951), situada en la confluencia de las calles B, H y G. También se nombró la calle de la maestra María Jaén (1959), que unía las calles Rafael Orozco y San Daniel, como gestos de reconocimiento, a petición de los vecinos, a figuras con fuerte impacto en la vida de la comunidad: Salvador, con 15 años de virtuosa labor apostólica, y la maestra María Jaén, por su entrega en la enseñanza en la barriada.

Asimismo, se organizaron fiestas patronales en honor a San Ildefonso, y se respondía a peticiones vecinales para la cesión de viviendas o para el embellecimiento del entorno (como la plantación de árboles y zonas verdes en 1954–55) realizada en la calle Rafael Orozco mediante la siembra de eucaliptos.

 Modernización e higiene urbana (1955–1959)

Durante la segunda mitad de los años 50, las prioridades pasaron a ser la pavimentación, el alumbrado público, el alcantarillado y el ornato de espacios públicos. En 1955 se aprobaron obras clave como el camino de acceso entre el Príncipe y el Tarajal, y la urbanización entre la iglesia y la calle Rafael Orozco, con intervención de ingenieros de caminos.

En 1958, el plan de alcantarillado y pavimentación incluyó medidas de recuperación de adoquines, instalación de bancos de piedra y farolas, y construcción de nuevos albergues de urgencia, financiados mediante préstamo.

También tuvieron lugar otras iniciativas como fue el proyecto de construcción de un edificio del Frente de Juventudes o la instalación de un local destinado a la Sección Femenina, que realizó numerosas actividades. Además, durante varios años estuvieron destinadas un grupo de cinco o seis monjas que hicieron una labor encomiable dirigida especialmente a las jóvenes de la barriada: Hermana Anunciación, María Concepción, María del Brezo…

La comunidad se implicó activamente en la transformación del barrio, como lo demuestra la petición vecinal para blanquear fachadas antes de las fiestas patronales o la gratificación concedida a una vecina por la limpieza de la Oficina de la Alcaldía de Barrio.

 Así lo viví

Sin ningún esfuerzo recopilo imágenes en mi memoria, porque aunque en la barriada nos movíamos por muchos lugares, los mencionados eran los habituales, además de estar pavimentados. En la parte más alta, los colegios, en principio sin amurallar y más tarde amurallados; la explanada de la Iglesia, con los servicios de correos, teléfono, policía y Guarda Jurado, acciones recreativas y de formación de jóvenes, además de punto de parada de la camioneta.

Unida mediante amplia calle adoquinada, con algunas señales de haber, en un pasado, tenido árboles —aún quedaban algunos en un pequeño llano en la puerta de Casimiro—, esta calle de unos 120 metros aproximadamente, que como hemos dicho se denomina Rafael Orozco, unía en la parte baja a la plazoleta, de forma cuadrada y aspecto amplia y despejada. El lugar presentaba una farola en el centro con una base cuadrada, en la que hacia norte y sur se instalaron dos grifos. Hacia la parte sur mostraba unos escalones que se dirigían hacia el mercado, a unos 25 m. Este trozo también estaba adoquinado.

Era la plaza más importante de la barriada, lugar de celebraciones, como veremos en otro capítulo. Disponía de cuatro bancos de piedra, y se construyó a nivel, lo que significa que la parte suroeste debió de excavarse y tener algún relleno. A su alrededor había negocios que también describiremos en el capítulo correspondiente.

Paralelamente a la calle Rafael Orozco, separada por una manzana de viviendas a lo largo de todo el trayecto, transcurría la calle San Daniel, que comenzaba el adoquinado entre el colegio y la calle Fuerte y llegaba hasta la puerta de la tienda de Isabel de Cervera. Poco antes de las casas nuevas, a partir de ahí todo era de tierra. Ambas calles, Rafael Orozco y San Daniel, quedaban enlazadas por la calle María Jaén. Esta también estaba adoquinada, y sin duda podemos afirmar que Iglesia, Plazoleta, María Jaén y ese trozo final hasta unos cincuenta metros más arriba de San Daniel eran el eje de negocio, diversión, convivencia, ocio… Entonces eran calles amplias y aceptablemente limpias.

Qué duda cabe que todos los que hemos vivido en el Príncipe guardamos un recuerdo preciso de aquellas calles.

Las más de cien viviendas quedaban separadas por un amplio llano, donde, cuando se construyeron las microescuelas, los niños jugábamos y por las tardes era uno de los campos de fútbol. Allí estaba situado el transformador, con un alto voltaje. La parte más al sur disponía de una amplia plaza perfectamente pavimentada, aunque ya algo deteriorada, donde en una ocasión jugamos un partido de baloncesto, entre los equipos del Príncipe y San Agustín. Ellos con una vestimenta impecable, con sus camisetas verdes y números blancos, nosotros con pantalón azul y camisetas blancas. Aquel encuentro fue memorable, pues media barriada se congregó alrededor de aquella explanada y gritaba, aplaudía y alentaba a su equipo del Príncipe. El equipo, como ya dije en un anterior capítulo, lo organizó Juan José García Vega, maestro que estuvo entre nosotros desde 1964 hasta el 68 e hizo una gran labor junto a don Pablo y otros.

En el año 63 se presta conformidad a un presupuesto de 2.563 pesetas para la reparación de una vivienda de la Barriada del Príncipe. Este dato despierta en mí un recuerdo muy especial, porque fue en aquella fecha cuando, después de una noche de lluvia, a mi abuela se le cayó la casa. Ella estaba dentro y solo quedó intacta la habitación donde dormía. Fue increíble ver los tabiques abajo, pero muy poco tiempo después apareció una cuadrilla enviada por el Ayuntamiento y repararon la casa mejor de lo que estaba.

 Conclusión

El periodo comprendido entre 1935 y 1959 muestra en la Barriada del Príncipe un proceso claro de transformación urbana: desde los primeros mercadillos y albergues hasta la rotulación de calles, el alcantarillado, las escuelas o las pequeñas plazas pavimentadas, el barrio comenzó a adquirir una fisonomía más estable y digna. La presencia simbólica —nombres, homenajes, actos comunitarios— refuerza esta percepción de reconocimiento y pertenencia.

Sin embargo, estos avances no deben interpretarse como el resultado de una política sistemática y continuada. Muchas de las mejoras llegaron tarde, fueron parciales o nacieron de la insistencia vecinal, más que de una planificación sostenida. Pero sería injusto no reconocer que, en este largo proceso, hubo también momentos de compromiso auténtico: personas, funcionarios o responsables municipales que comprendieron la necesidad de dignificar el barrio y actuaron con responsabilidad y visión de futuro.

Así, la historia urbana del Príncipe en estas décadas no se puede leer solo como una crónica de carencias, sino también como una historia de avances posibles, cuando coincidieron la necesidad social y la voluntad política. Es, en definitiva, un capítulo que recoge tanto la lucha de una comunidad por ser reconocida como los pasos —imperfectos pero reales— hacia una integración más justa en la ciudad.


Quiero agradecer especialmente a mi amigo de la infancia, Pepe Pozo, con quien no hablaba desde hace más de medio siglo. Nuestro reencuentro, motivado por estas publicaciones sobre El Príncipe, nuestra barriada, ha sido tan inesperado como enriquecedor. Sus recuerdos y fotografías están siendo fundamentales para dar vida a este relato colectivo. Su entusiasmo me anima a seguir escribiendo.

También agradezco a mi primo Antonio Chippirraz por las fotografías que me ha hecho llegar; su aportación visual complementa y enriquece este trabajo. Y a mi cuñado Juan López Márquez, por realizar gestiones para proporcionarme valiosa información de una de las industrias.


Relacionado. Capítulos anteriores:


Comentarios

  1. Me encanta, siempre espero con ilusión el siguiente. Un gran trabajo. Gracias.

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  2. Santi. Muy interesante éste artículo recordatorio de nuestra Barriada. Cuando nosotros vivíamos alli, no nos dábamos cuenta del crecimiento y mejoras de la Barriada, sólo nos interesaba jugar y pasarlo bien.
    El "campito" de fútbol en las Casas Nuevas a la entrada del colegio, lo recuerdo muy bien. Con el transformador en un pequeño montículo como si fuera un vigía, y el campo, al estar en alto, cuando el balón caía por el muro sin vallas y el que lo tiraba saltaba corriendo detrás del balón por un terraplén casi vertical , por donde estaban las cochineras.
    Eramos niños y con poco eramos felices.Pero la niñez no dura, y crecimos....

    ResponderEliminar
  3. Es como lo cuentas, era todo un prodigio alcanzar el balón a medio camino, otras veces llegaba hasta el final del barranco. En el fondo, el recordar es una forma de tener conciencia de esos cambios. Claro, a esa edad los intereses se centran en el juego, aún padeciendo necesidad. En cualquier caso, fue y es una barriada increíble, con un espíritu de fortaleza, solidaridad, resistencia y de agradecimiento inigualable, como muestran los mismos escritos. Allí se produjeron historias que abarcaban todos los órdenes de la vida: pobreza, esperanza, tristeza, necesidad... y también historias de amor imposible.

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