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Historia y vida en la Barriada Príncipe Alfonso: Capítulo 3. La Enseñanza

 

Historia y vida en la Barriada Príncipe Alfonso

Capítulo 3. La Enseñanza

Amigos de clase con doña Josefina y don Juan José


Hablar de la enseñanza en la Barriada del Príncipe es recorrer una parte entrañable de su historia, donde se entrecruzan los esfuerzos municipales, el impulso vecinal y la esperanza de tantas familias que buscaban un futuro mejor para sus hijos. Aunque no disponemos de un censo exacto de aquellos primeros años, sabemos —por noticias como la del fallecimiento del pastor Marqués en 1913 y la reacción de la "populosa barriada"— que ya habitaba allí un número considerable de personas.

En aquel tiempo, sin agua corriente, sin calles pavimentadas, apenas con los servicios básicos, pensar en una escuela parecía una utopía. Sin embargo, ya en 1926 aparece la primera señal concreta: el Ayuntamiento acuerda encargar planos y presupuestos para construir dos locales, destinados a escuela y vivienda para los maestros. Ese mismo año, se coloca la primera piedra de una capilla que, por un tiempo, haría también de aula.

Recuerdo haber leído cómo a cada niño de la barriada se le dio una peseta como donativo el día de la inauguración. Aquello debió de ser un acontecimiento lleno de alegría, como lo fue después la creación de la Junta de Damas, que se volcó en recaudar fondos para las obras. A finales de 1927, la capilla estaba terminada y se aceptó la propuesta del Vicario General de usarla como escuela, concediéndose una gratificación anual al sacerdote que se haría cargo de la enseñanza.

La escuela de niñas vino poco después, gracias a don Miguel Anaya, y pronto se dotó de material básico. Mesas, pizarras, murales. Se habla incluso de mesas bipersonales de 66 cm, adquiridas a 43 pesetas cada una. Todo con un esfuerzo constante y comunitario, donde se mezclaban la institucionalidad del Ayuntamiento con las manos de vecinos y vecinas que lo daban todo por ver a sus hijos aprendiendo las primeras letras.

Crecimiento y consolidación (1930-1945)

En 1930, Salvador Navarro Acuña fue nombrado capellán de la Iglesia del Príncipe Alfonso. Su llegada marcó un nuevo impulso, sobre todo en la catequesis y en la consolidación del sentido comunitario en torno a la escuela y la capilla. Fue una época en la que las estructuras escolares se afianzaban poco a poco: se construían más aulas, se dotaban las clases con nuevo material, se organizaban las viviendas de los maestros. Los nombres de algunos educadores de entonces han quedado grabados en la memoria colectiva: doña María Jaén, que tiempo después daría nombre a una calle, y Victoria Morales, entre otros.

A medida que la barriada crecía, también lo hacían las necesidades. En 1936 se proponía construir una cantina escolar y ese mismo año algunas jóvenes de la barriada solicitaron clases nocturnas. Es curioso que, a pesar del entusiasmo, se rechazaran propuestas como la de doña Francisca Ortega Mesa, que ofrecía su enseñanza de manera gratuita.

Recuerdo encontrar en los archivos la anotación de que en 1937 se barnizaron las mesas escolares. Al leer aquello, me vinieron imágenes muy vivas: el sonido de los cristales raspando la madera, el olor del barniz fresco, la espera mientras las mesas secaban. Aquellas tareas, que ahora pueden parecer triviales, formaban parte del día a día de quienes aprendían entre pizarras y crucifijos, entre pupitres compartidos y tardes de invierno.

Ese mismo año se confirma la existencia de clases para párvulos y también se destituye al maestro municipal Luis Bravo Mansilla, mientras doña María Jaén seguía al frente de la escuela de niñas. La preocupación por el bienestar de los alumnos era constante: se menciona dotación de vestuario, probablemente babis o uniformes hechos de tela sencilla, pero útiles para proteger la ropa en aquellos inviernos fríos y polvorientos.

En 1939 se alquila un local para establecer una escuela musulmana. El gesto es significativo: se empezaba a reconocer, aunque tímidamente, la pluralidad religiosa y cultural de la barriada. Las aulas se limpiaban gracias al esfuerzo de jóvenes vecinas, a quienes se les concedía un pequeño subsidio por esa labor tan poco visible como esencial.

El señor Sarria, figura presente durante estos años, ofrecía también sus servicios para enseñar a los niños, en una clara muestra del compromiso de algunos con la educación más allá de su obligación formal. En 1940, el maestro Leopoldo Caballero proponía restablecer las clases para adultos durante el invierno, un reflejo de cómo la enseñanza no era solo cosa de niños, sino también de padres y abuelos que buscaban, quizás tarde, aprender lo que en su infancia no pudieron.

Amigos de clase



Educación para todos (1945–1965)

En 1945, don Juan Ruiz Plaza asumía la escuela de niños del Príncipe Alfonso, que se encontraba vacante. Ese mismo año se inaugura oficialmente la escuela de párvulos, dotándola del material necesario para el desarrollo de las clases. Además, se establece una ayuda económica anual para todas las escuelas municipales: 350 pesetas destinadas a la compra de material fungible. Era una señal de que, poco a poco, la educación comenzaba a organizarse de forma más estructurada.

En abril de 1947, el Ayuntamiento anuncia su intención de sacar a subasta las obras para levantar una nueva escuela de párvulos con pabellón para la maestra, en el edificio entonces conocido como la "Cantina Escolar", ocupado por Auxilio Social. Ese mismo año, se plantea levantar un piso adicional para albergar a la Guardia Civil y se propone habilitar una nueva escuela musulmana en un edificio cedido por los Regulares.

Debió de ser por estos años cuando mi querido primo Santiago, mayor que yo, me contaba entre risas que un día lo subieron en un camión y lo llevaron para hacer la comunión. Cuando llegó a casa y lo contó, no lo creían. Creo que en algo similar mi abuela Dolores le hizo alguna ropa con tela de sacos de azúcar.

En 1948 se nombra maestro interino a don Gabriel del Real Moreno, mientras se tramitaba la nacionalización del centro. Paralelamente, se realizan reformas para ampliar el comedor social, una estructura básica para muchas familias en aquella época, cuando la alimentación escolar era parte de la lucha contra la escasez.

Ya en 1951, don Gabriel del Real solicita el desdoble de su aula, abrumado por el número de alumnos que debía atender. La respuesta municipal fue negativa: no había terreno disponible ni se consideraba urgente. La imagen de esas aulas atestadas, con bancos corridos y niños compartiendo pizarras, habla por sí sola del esfuerzo que suponía enseñar y aprender en esas condiciones.

A comienzos de los años 50, la infraestructura se fue deteriorando con rapidez. En 1952 se solicitó la consolidación urgente del muro medianero de una escuela hispano-árabe y la reparación de los techos. Sin embargo, la vida en las aulas seguía adelante.

En 1954 se lanza la Campaña de Desaparición del Analfabetismo. Se crean clases nocturnas para adultos, abiertas gratuitamente a quien quisiera mejorar su nivel cultural. En la escuela del Príncipe, cada noche, las aulas cobraban vida otra vez, esta vez con hombres y mujeres que regresaban al pupitre con la esperanza de aprender lo que el tiempo les había negado.

De haber conocido esta noticia antes, le hubiera preguntado a mi madre si ella pudo asistir, aunque solo fuese esporádicamente. De lo que estoy seguro es de que lo deseaba, y que ese año estaba embarazada de mí. Qué coincidencia que naciera en el año de las actuaciones culturales.

En 1962, se aprueba una obra fundamental: la construcción de "microescuelas" en varias barriadas, entre ellas la del Príncipe Alfonso. La idea era mejorar la cobertura escolar mediante edificaciones más pequeñas, mejor distribuidas.

Poco después, en 1963, los comedores escolares del Príncipe Alfonso se integran en la Red Nacional de Alimentación y Nutrición, asegurando así el reparto regular de comidas calientes a los alumnos.

En febrero de 1965 se propone el desalojo de los locales del Grupo Escolar del Príncipe Alfonso que estaban ocupados por distintos organismos, con el fin de devolverlos a su función educativa. Un año después, se aprueba un presupuesto de casi 29.000 pesetas para reparar estas microescuelas. Son los últimos empujes, los retoques finales de un proceso largo, sembrado de obstáculos, pero también de voluntad.

En 1967, se agradece la cesión de mobiliario para el comedor escolar. Finalmente, en 1969, el Ayuntamiento da paso a la pavimentación de los patios de recreo. Casi cuatro décadas después de aquel primer plano de 1926, la escuela ya era parte indivisible del paisaje del Príncipe Alfonso.

Simultánea de Arturo Pomar



Mis recuerdos de aquellos años

Aún puedo ver con claridad mi primer día de párvulos, con apenas cuatro años. Llevaba mi babi, sentado en una mesa larga junto a otros niños: Antonio, Guillermo, Eladio, Correa, José Manuel, Paquito, Enrique, y tantos otros, además de las niñas. Recuerdo especialmente un juego sencillo pero fascinante: una rueda que unos lanzábamos rodando desde una esquina y otros recogían en la otra. Era un juego sencillo, pero nos llenaba de alegría.

Durante aquellos años de enseñanza en el Príncipe Alfonso, cambiamos varias veces de lugar. Algún curso lo pasamos en una clase junto a la iglesia, y luego regresamos al pabellón frente a párvulos. Allí conocí a don Juan García Vega, uno de los maestros que más huella me dejaron, y también a su esposa, Esperanza, que daba clase a las niñas en la planta superior del mismo edificio.

Más adelante, nos trasladamos a las denominadas “micros”, pequeñas aulas donde nuestro maestro fue don Miguel del Manzano Prat. Después volvimos con don Juan, que por entonces organizó un equipo de baloncesto. Consiguieron amurallar la parte trasera del patio y colocar canastas. La equipación era sencilla: pantalón azul y camiseta blanca. Aun hoy recuerdo la ilusión que sentíamos compitiendo contra otros equipos, con esa mezcla de nervios y orgullo que sólo se vive a esas edades.

También pasamos por un aula en la calle Maestra María Jaén, donde tuvimos clases con don Antonio Marfil.

Mi último curso lo pasé con don Pablo Bravo Gala, primo de Antonio Gala. Aquel hombre imponía respeto: había sido sargento de la Legión, y llegué a su clase algo asustado. Sin embargo, aquel aula tenía algo especial: cuatro tableros de ajedrez de madera, con piezas rojas y amarillas; dos máquinas de escribir, una mesa de ping-pong y una pequeña biblioteca. Todos los niños esperábamos con impaciencia el descanso para poder ocupar uno de esos espacios.

El primer día, al entrar, nos dijo con voz firme: “¡Fermé la port!”. Yo no entendía nada, pero sus ojos brillaban y su cabeza grande parecía esperarlo todo de nosotros. Los veteranos rieron, y enseguida Pozo se levantó a cerrar la puerta. Así fue como, sin saberlo, empecé a aprender algo de francés.

En aquellos años, la directora era doña Josefina, después reemplazada por doña Catalina, aunque siempre contaban con don Pablo para todo. No eran simplemente maestros: se preocupaban de nuestras familias, de nuestro futuro, de nuestro ocio, y hasta de nuestra nutrición. Nos cuidaban como quien cuida de algo muy valioso.

La mayoría de los alumnos se quedaban a comer en el comedor escolar, de forma gratuita. Victoria, una vecina de la barriada, preparaba buena comida. Yo, aunque muchas veces deseaba fervientemente quedarme y comer con mis amigos —porque siempre tenía hambre—, mis padres me aconsejaban que no utilizara el comedor, que era para niños más pobres que nosotros. Y así lo aceptaba, aunque no siempre era fácil.

A media mañana, nos daban leche en polvo, diluida en grandes ollas. Algunos llevaban un sobrecito de “Todi”, una especie de colacao, para mejorar el sabor. Yo tenía un jarillo de lata que me lo hizo mi padre. Se podía repetir, y más de una vez aproveché aquella oportunidad. Pero no fallaba: al poco tiempo, tenía que salir corriendo al aseo con urgencia extrema.

Tampoco olvido aquellas vacunas que nos ponían en la escuela: casi todas se infectaban, y muchos conservamos las cicatrices en brazos y muslos como pequeñas medallas de aquellos años.

Hoy sé que nos llevaría mucho tiempo contar todo lo que hicieron a favor del alumnado. Fueron años difíciles, pero llenos de personas que pusieron corazón en aquello que hacían. Y nosotros, los niños de entonces, somos testigos vivos de aquella historia.

Niños con don Antonio Marfil y don Miguel del Manzano



Conclusión

La historia de la enseñanza en la barriada del Príncipe Alfonso no se resume en fechas ni presupuestos. Está hecha de pasos pequeños pero firmes, de nombres que hoy apenas se recuerdan pero que dejaron huella, de mujeres y hombres que creyeron que educar era algo más que dar clase: era crear comunidad, sembrar futuro. En cada acta municipal, en cada petición de material, en cada pupitre raspado y barnizado con esmero, hay una pequeña victoria contra el olvido.

Esos primeros años fueron duros, pero también fundacionales. Sin agua corriente, sin suficientes maestros, con aulas improvisadas y materiales escasos, se construyó una red de enseñanza que, poco a poco, fue tomando cuerpo. Lo hizo gracias a la voluntad de muchos, desde el sacerdote que daba clase en la capilla hasta la joven que limpiaba las aulas al amanecer. Fue una educación humilde, pero profundamente comprometida.

Y en medio de todo ello, los niños. Aquellos niños que, como yo, cruzaban el umbral de la escuela por primera vez con los ojos muy abiertos, temblando un poco, quizás con las rodillas sucias del juego y la ilusión en el pecho. Los compañeros, los juegos en los recreos, las canciones que se aprendían de memoria, los babis de tela basta… recuerdos que no figuran en los archivos, pero que viven, intactos, en la memoria.


He preferido dejar los datos técnicos en un segundo plano para que la lectura sea más cercana y fluida. No obstante, si algún lector desea ampliar la información o consultar detalles específicos sobre la historia educativa de la barriada, estaré encantado de compartir lo que tengo.

Tema relacionado: Capítulos 1 y 2

https://asilocuentocultural.blogspot.com/2025/03/capitulo-2-limites-de-la-barriada.html

https://asilocuentocultural.blogspot.com/2025/03/historia-y-vida-en-la-barriada-principe.html 


Galería de imágenes 

Fotografías facilitadas por los maestro Don Juan José García Vega y Don Miguel del Manzano Prat, mi profundo agradecimiento. En unos días colgaré algunas más.

Amigos de clase, siempre juntos.

Don Pablo agachado, a la derecha don Juan José y Dña. Esperanza

Mi amigo Luis Rodríguez, recoge trofeo de ajedrez, detrás mi primo José Manuel Rodicio

Este es Santi, con su trofeo y diploma, con la mano por encima mi amigo, el bueno de Chacha.



Don Miguel con...

Grupo de maestros, el primero junto a la pared don Antonio Marfil.
Distribuyendo la leche 


A la izquierda niños del Príncipe. Creo recordar que fue un acto en un local de Villajovita.

Quizá el niño de blanco junto a don Miguel sea Santi. Puedo reconocer a Paquito, ¿Manolo Cepero?, ¿Sebastián?, ¿Baldomero?


Grupo de niñas alrededor de doña Esperanza y don Miguel


En el comedor, quizá un día de celebración.


Comentarios

  1. Agradecería me enviasen algunas copias de fotografías de aquellos tiempos. Así las vamos insertando en los artículos.

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  2. Francisco Rodríguez García
    Que bonitos recuerdos amigo un abrazo grande

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    1. Me alegra que lo leas amigo, Paquito, a pesar de las distancias. Qué grandes inventos estos, con un buen uso. Un abrazo y gracias.

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  3. Juan López: Agradecerte tus historias y narraciones, ya que me hace revivir mi infancia en el Príncipe. Yo tuve de profesor a D. Antonio Marfil en unas escuelas que había en las casas nuevas. D. Antonio tenía una BMW de color negra, que al igual que el, imponían.
    Gracias.

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    1. Sí, aquello eran las "microescuelas", y ahora que lo mencionas, algo de la moto me viene a la memoria. Muy buena y numerosa familia la de don Antonio. Por el apellido conocí a una nieta suya. Vivían en una casita en la calle Maestra María Jaén. Gracias a ti por leerlo.

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  4. Antonio Chippirraz
    Me has alegrado la tarde que gran recuerdo, ahí está el chico ,el tetauni, también Luisito, y buifluri, y muchos más que no me acuerdo de sus nombres ahora . Gracias

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    1. Tetauni, un grandísimo dibujante, siempre con libreta grande haciendo dibujos a todos. Vivía por la cuesta del rio, lo mismo que Chico, (Mohamed Hichu), también vivía por allí Tujami. Me alegro mucho de la acogida tan cálida que están teniendo los tres artículos, dedicado a la historia de nuestra barriada. Una buena gente en una buena barriada. Muchas gracias.

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  5. Antonio Chippirraz
    Yo estoy en la fila de en medio ,al lado del de la camisa blanca

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    1. El de la camisa blanca que está a tu lado es Reinoso, vivía en la Calle Fuerte, la misma que Luís y Hamadi.

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    2. Si es verdad juan Manuel reinoso y Mohamed hamadi tafi,muy buenos amigos por cierto este último ya falleció dep

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  6. Luis Rodríguez Rodríguez:
    De que año es esa foto Santi?

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  7. Luis Rodríguez Rodríguez:
    Me acuerdo de doña Josefina

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  8. Felix Coronado Mata
    Santi, gracias por el esfuerzo que haces para poner en valor la barriada del Príncipe lugar donde nacimos y nos sentimos tan orgullosos.

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    1. Querido amigo, vuestras palabras son un aliento que compensa cualquier esfuerzo. Refuerzan mi convicción de que siempre estáis ahí, como ahora.
      Desde el primer capítulo anuncié que nuestra barriada del Príncipe Alfonso tendría su historia, y lo reitero: la tendrá, para disfrute de todos. Un fuerte abrazo, Félix. En el grupo "Así lo cuento" han intervenido más amigos.

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  9. Un trabajo precioso. Enhorabuena

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  10. Hola Santi, que alegría leer recuerdos de nuestra infancia, y principalmente recuerdos del colegio.
    Sí! Yo también nací en la Barriada del Príncipe Alfonso, y tengo muchísimas aventuras del colegio, y porsupues de la Barriada.
    No sé si te acordarás de la obra de teatro ( Mí tío Ernesto). Ah, por si no lo sabías. Soy Pepe Pozo del Lavadero

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    1. ¡Sí, me acuerdo! Me he llevado una gran sorpresa y alegría. Cada vez que uno de vosotros interviene después de tantas decenas de años, es como si se abriera la puerta de clase y os viera entrar. Pepe, me acuerdo en estos momentos de dos obras: una que hice de árbol, dirigida por D. Antonio Marfil, y otra que se titulaba "El médico loco", e hice el papel de médico, la escribió y dirigió D. Juan García Vega, por cierto, hace tres días lo visité y os manda saludos a todos. Si no te importa me pasas por privado tu nº de teléfono y nos llamamos. Un fuerte abrazo. Estoy finalizando el siguiente capítulo.

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  11. Paulino Martínez quintero8 de junio de 2025, 10:38

    Santi que gran trabajo estás haciendo es maravilloso, y cuántos recuerdo. Lo de D Juan es verdad es un maestro que creo que a todos nos dejó huella, y con respeto a las fotos me acuerdo de muchos pero no recuerdo sus nombres, a algunos si como tu primo Antonio, a ti a Enrique el quesada etc bueno un abrazo para ti y para todos tus lectores bueno por si alguien trata de recordarme me llamó Paulino, y mi familia era conocida mi madre se llamaba Carmen y mi padre Antonio tenía un camión que lo paraba en la puerta de Francisco el de la tienda y vivíamos detrás del cafetín de mohito por donde lola la abuela del Santi, somos cuatro hermanos Manolo piedad Antonio y yo y pertenezco a la familia de los Quintero, un abrazo para todos

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    1. Muchas gracias, Paulino. Agradezco tus palabras. Te recuerdo a ti y a tu familia. Muchas tardes de sábado veíamos en tu casa "Viaje al fondo del mar", era una de las pocas familias que tenía una tele, tu salón se llenaba de chiquillos. Después de vosotros vivió en vuestra casa Salvador Medinilla. Un fuerte abrazo y seguimos en contacto y recordando con otros capítulos.

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