El mirador de los instantes
| Tomada por el autor | 
Entre Algeciras y Tarifa hay un lugar especial, un mirador al borde de la carretera donde me he detenido decenas de veces y he posado mi mirada miles de instantes. Allí el horizonte se abre, y África parece tan cercana que uno casi podría extender la mano para tocarla.
No soy el único: muchos viajeros paran unos minutos, quizá sorprendidos por esa visión inesperada. No puedo adivinar lo que sienten, pero siempre percibo en ellos el mismo impulso: guardar el instante, perpetuarlo, como si no quisieran que se desvaneciera nunca.
A mí me ocurre lo mismo. Periódicamente nace en mí el deseo de volver a ese punto, como quien persigue un sueño que no se resigna a terminar. En silencio, recorro con la mirada el Estrecho de lado a lado. Identifico lugares conocidos: Ceuta, Bezú, la isla Perejil, Yebel Musa —la Mujer Muerta— y el camino hasta Tánger. Cada nombre despierta recuerdos de mi infancia y de mis viajes, y siento que en ese mapa vivo se entrelazan todas mis memorias.
Qué belleza inigualable: dos continentes distintos y tan próximos que parecen rozarse. Pienso en un tiempo remoto en que estuvieron aún más cerca, y en otro futuro en que volverán a estarlo. Esa idea me conmueve.
El mar, inmenso y profundo, fluye en ambas direcciones como un puente líquido. Sus aguas guardan siglos de vida, migraciones de peces, riquezas compartidas. Sobre ellas, el cielo se llena de alas: aves que llegan exhaustas, otras que sortean con destreza las corrientes, y algunas que, ligeras, se lanzan decididas hacia su destino. Ese trasiego incesante es un espectáculo que atrae a naturalistas de todo el mundo.
Pero no son solo aves y peces. También personas viajan cada día de un lado a otro: unas cargadas de ilusiones, otras empujadas por la necesidad; algunas por trabajo, otras por el simple deseo de conocer. Y mientras contemplo la escena, me pregunto cuántos, al otro lado, estarán mirando hacia aquí y haciéndose las mismas preguntas que yo.
Este lugar no es un paisaje inmóvil ni una postal. Es un espacio vivo, lleno de movimiento, de encuentros y despedidas, de memorias y esperanzas. Por eso, cada vez que regreso, siento que me espera sin exigir nada: ni grandeza ni pequeñez, ni belleza ni fealdad. Aquí me reconozco tal cual soy. Aquí, simplemente, me encuentro conmigo mismo.
Quizá mis relatos logren algún día ser como esa imagen en miniatura: que quien los lea o los escuche no reciba solo palabras, sino la emoción que las sostiene. Y que esa emoción despierte curiosidad, empatía, o incluso el deseo de vivir algo parecido.
En un futuro no muy lejano, ya no será necesario buscar temas independientes que nos informen, nos entretengan o nos permitan avanzar en el conocimiento, sencillamente porque dejarán de existir. Todo se reducirá a una comunicación íntima entre unos pocos, aquellos de mayor confianza, y quizá incluso de manera clandestina. Mientras tanto, el resto del espacio estará saturado de asuntos triviales e irrelevantes.
ResponderEliminarSanti... Tus relatos, ya despiertan al lector, la emoción y sentimientos que tú quieres transmitir.
ResponderEliminarLa descripción del Mar, que separa a los dos Continentes ( Puente de Agua) genial. Enhorabuena. Felicidades
Me alegra mucho que te guste. Es un sitio que te habla mientras miras. Gracias amigo.
EliminarHablas en tus relatos proyectando al mismo tiempo y al detalle la imagen del lugar. El lector lee tú relato y percibe los colores y aromas del lugar. Felicidades
ResponderEliminarEscribes tú relato con tanto ímpetu y arrojo, que consigues que el lector pueda leer tus palabras, llenas de detalles mientras recibe al mismo tiempo, el aroma y los colores del lugar al que te refieres. Felicidades . Un placer leerte
ResponderEliminarGracias. me alegra que llegue de ese modo, entonces sirve de algo.
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