Las historias de Toñete "El Corchuelo"
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| Toñete "El Corchuelo" conversa con Santiago | 
Capítulo I: La villa que nunca conocí
Amanecía en las afueras de Los Barrios, y el rocío cubría los alcornoques que rodeaban la vieja casita donde Toñete "El Corchuelo" había pasado toda su vida. Su mundo era el campo: el canto de los pájaros, el crujir de las hojas bajo sus pies, y el olor dulce de la corteza recién descorchada. Su padre, Manuel, le había enseñado desde niño el arte del descorche, mientras su madre, Antonia, le hablaba de un pueblo que apenas recordaba. Las pocas veces que había bajado con sus padres siempre fueron por necesidad, nunca por curiosidad.
Aunque su educación formal era limitada, Antonia le había enseñado a leer y escribir con esfuerzo y cariño. Esto despertó en él un hambre de conocimiento que saciaba con los libros que algunos vecinos le regalaban como muestra de agradecimiento por sus ayudas. Con esos libros y una vieja radio, Toñete había aprendido sobre el mundo que no podía ver. Le fascinaban las biografías, la historia, la naturaleza y el cielo, que solía contemplar por las noches.
Aquel día, sin embargo, era distinto. Por primera vez en años, Toñete decidió bajar a la villa, impulsado por una mezcla de curiosidad y nerviosismo. El campo había sido su refugio, pero sentía que el mundo al que pertenecía iba más allá de los alcornoques.
Con sus mejores zapatos, un sombrero que le quedaba algo grande y su característica faja cayendo de un costado, emprendió el camino con un pequeño morral donde llevaba unas monedas. Al llegar a las inmediaciones del pueblo, cruzó el camino que llevaba a la plaza de toros. Se quedó unos minutos contemplando la estructura, intrigado por su forma y lo que representaba.
Las primeras casas le parecieron un espejismo: encaladas, con balcones llenos de flores, y un aire de calma que lo dejó sin aliento. Mientras avanzaba, observaba todo con ojos de niño. En una plazoleta pequeña pero coqueta y cuidada, con variedad de árboles y flora, se detuvo a mirar unos columpios que se balanceaban suavemente con el viento. Nunca había visto algo así en su infancia, y se preguntó cómo sería sentarse en uno.
Finalmente, llegó a una plaza amplia, mitad verde y mitad cemento. Apenas si cruzaban algunas personas: un niño corriendo tras una pelota, un anciano bajo la sombra de un árbol, y al otro extremo, una bandera andaluza ondeando majestuosa. Toñete sintió una mezcla de calma y asombro. Este lugar parecía tener algo especial.
Decidió acercarse a un hombre que cruzaba la plaza, caminando con paso pausado.
—Buenos días, señor. Disculpe, ¿cómo se llama esta plaza? —preguntó Toñete, con un tono respetuoso y marcado por su acento del campo.
El hombre, con una perilla cuidada y una coleta que sobresalía bajo su gorra, sonrió al escuchar la pregunta.
—Esta es la Plaza Blas Infante. Antes era el cementerio del pueblo, ¿sabe? Aquí enterraban a los nuestros. Ahora es un lugar para niños y vecinos, pero si uno escarba en la historia, aún siente el peso del pasado bajo los pies.
Toñete lo miró con sorpresa. La idea de caminar sobre un antiguo cementerio le resultaba extraña, pero también fascinante.
—Gracias por la información. Por cierto, ¿cómo lo llaman a usted? —añadió, curioso.
—Santiago. Pero aquí todos me conocen como "El Chanclas".
Toñete soltó una carcajada genuina.
—Pues yo le llamaré Santiago, si no le importa.
—Llámeme como quiera, muchacho —respondió el hombre con un brillo en los ojos—. Y si tiene tiempo, visite el parque al final de la calle. Es un buen lugar para pensar.
Toñete asintió.
—Gracias, lo haré. Me gusta ver plazas y escuelas, aunque sea desde fuera. Algún día me encantaría entrar y ver una clase en persona.
Santiago sonrió, entendiendo el entusiasmo del joven.
—Si nos volvemos a ver, te invito a un café y te cuento más cosas del pueblo.
—¡Claro que sí! —dijo Toñete, emocionado.
El joven siguió su camino, dejando atrás el lugar pero llevándose consigo una sensación cálida. Había algo en aquel pueblo, en sus plazas, en el ambiente y en su gente, que lo hacía sentir en casa, como si esas calles que apenas conocía ya le pertenecieran de algún modo. A medida que se alejaba, pensaba que ese viaje a la villa no era solo un paseo; era el inicio de algo mucho más grande, como si la tierra que tanto había amado desde lejos ahora lo invitara a formar parte de ella más plenamente.
Mientras se alejaba de regreso a su campo, miraba hacia atrás, tratando de grabar cada detalle en su memoria: los colores vivos de los balcones, el ondear de la bandera de Andalucía, y la sensación de conexión con la historia y las personas que habitaban allí. Por primera vez en su vida, sintió que había encontrado un puente entre el mundo que siempre había conocido y uno nuevo, lleno de posibilidades. Aquella experiencia tan placentera lo dejó con una promesa íntima: volvería tan pronto como sus obligaciones se lo permitieran. Y la próxima vez, estaría listo para descubrir aún más.

Me hubiera gustado publicar otro trabajo protagonizado por un personaje relacionado con La Línea. Sin embargo, después de mucho reflexionar, decidí que era mejor no hacerlo. Aunque literariamente pudiera ser notable, temí que no se interpretara como esperaba. Mi reciente artículo sobre Emilio Sampedro ya dejaba entrever esta reflexión. No fue casualidad. Fue mi forma de abordar, de manera indirecta, una decisión que no me resultó fácil, pero que consideré necesaria.
ResponderEliminarAntonio: La inocencia, la curiosidad y las ganas de aprender que interesante combinación
ResponderEliminarYolanda Ferrer: En otra visita de Toñete, podría visitar su Iglesia, su mercado, y la biblioteca.
ResponderEliminarEn cuanto a lo del símil sobre La Línea, yo lo haría.
Javier Montesinos: Muy interesante y a la vez acogedor. Dejas la puerta abierta a un sinfín de capítulos que sin duda y a través de tus investigaciones, que no dudo que harás, reflejarán parte de la historia de este pueblo querido por todos.
ResponderEliminarAna María Moya: Vaya tela, impresionante de veras. Mil gracias.
ResponderEliminarSantiago no veas de una charla fortuita sacas una historia
ResponderEliminarJajajjaj
Te ha quedado muy bien Toñete
Eduardo Gavilán: Un relato muy interesante...donde piensas como sería el impacto de Toñete al conocer la villa...es un cambio muy brusco...de la soledad del campo al devenir de personas y otras curiosidades de la ciudad... verdaderamente en aquellos tiempos si que habían familias que no habían salido del entorno del campo...yo recuerdo allá por el 1969 cuando estuve haciendo el servicio militar llegué a conocer a chavales en el cuartel de instrucción de marinería en San Fernando que llegaban mirándolo todo como impresionados de lo que estaban viendo.
ResponderEliminarYo solicité ir a la brigada de analfabetos... recuerdo que era la décima con la intención de aprovechar el tiempo en ayudarles en la lectura y escritura...para mí fue una vivencia que nunca olvidaré... pues a veces tenía que escribirles cartas para sus padres y novias con lo cual viví esos momentos de como sentían...de como magnificaban lo que estaban conociendo...lo que estaban viviendo...en fin fue muy edificante para mí también observar como se iban desarrollando en un modo de vida que no habían conocido antes.
Por eso esta historia me ha hecho recordar esos momentos vividos.
lazarillos , guzmanes , el mismísimo Alonso Quijano , desfilan como seres de ficcion , más vivos en nuestras mentes que otros de carne y huesos . Sus andanzas las recordamos cada vez que viene a cuento . Toñete , de la creativa mano de Santiago , nace para unirse a esta cohorte de héroes y villanos . Presiento que será aceptado de buen grado por unos y otros. A través de su mirada , me ha comentado Chippirraz , nos irá destapando ,, de lo que nos rodea , sensaciones que hemos pasado por alto ( o por bajo ) . Con la ayuda de el Corchuelo , como intérprete sui generis de su entorno , las descubriremos y haremos nuestras . Las vamos a agradecer , que no nos quepa duda . Alumbrado queda para el imaginario público un chaval del que aguardo alegrías sin cuento y luz , mucha luz . Toñete , bienvenido , bien traído , al mundo de los vivos .
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