El bosque perdido de Sierra Carbonera. De la madera para galeras a la deforestación
En nuestros días, acostumbrados al ritmo rápido y a la necesidad de simplificar, solemos contentarnos con fórmulas breves que resumen el pasado en una sola frase: “Sierra Carbonera estuvo poblada de árboles”. Una afirmación cierta, pero tan simple que apenas nos dice nada. Lo verdaderamente fascinante de la historia no está en el resultado final, sino en el camino: en saber cuándo estuvo poblada, qué árboles la cubrían, para qué se usaban y cómo se llegó a su desaparición.
Durante mucho tiempo me llamó la atención la ausencia de referencias concretas a la naturaleza de Sierra Carbonera en los siglos anteriores al XVI. Dos casos resultan especialmente significativos: la batalla que he denominado de Sierra Carbonera, librada entre las tropas de Alfonso XI y las de Abū l-Malik de Algeciras en 1331 o 1333, y las crónicas del Libro de la Montería del mismo monarca. En ambos episodios aparece mencionado el entorno de Guadarranque, pero la sierra como tal no recibe mención alguna. Tal silencio es revelador: o bien todavía no se conocía con ese nombre, o bien no constituía un cazadero destacado.
El vacío se rompe en el siglo XVII con la obra de Alonso Hernández del Portillo. Allí encontramos un pasaje decisivo, donde el autor recuerda cómo en tiempos de don Álvaro de Bazán, general de las galeras de España, la madera para naves se obtenía en los montes cercanos a Gibraltar, todavía poblados en su época, especialmente en la Carbonera:
“Salir los Generales de la mar, velos bullicios de los pueblos a hacer sus navíos es muy ordinario, e ya lo vieron nuestros padres así hacer a D. Álvaro Bazán, siendo General de las galeras de España, que se Gibraltar se fue al río de Guadarranque que a hacer de nuevo, y adovar galeras que es lo mismo que venir de Carteya, viendo poblada, a Gibraltar por la misma causa, y aun con más comodidad por estar en aquellos tiempos los montes donde se cortaba la madera para dichos navíos a media legua de la Barcina, que aun duraron así hasta nuestros tiempos en la Carbonera”.
El relato muestra que era costumbre acudir a Guadarranque o Carteya para fabricar y reparar galeras, y que Gibraltar ofrecía aún mayor comodidad por la cercanía de sus montes. Portillo aclara que la madera se cortaba a media legua de la Barcina y que todavía en su tiempo subsistía en la Carbonera. Se trata, por tanto, de un testimonio directo de que la sierra estaba cubierta de un bosque capaz de suministrar madera útil para la construcción naval.
Aunque Portillo no precisa qué especies se cortaban, los tratados de construcción naval del siglo XVI en España permiten deducirlo. Para las cuadernas se usaban encinas y alcornoques, apreciados por su dureza; para mástiles y tablazón, pinos negrales y rodenos, de troncos rectos y largos; mientras que olmos, fresnos o castaños se destinaban a remos y piezas menores. Todo ello sugiere que Sierra Carbonera albergaba encinares y alcornocales de gran porte, acompañados quizá de pinares capaces de proveer madera de grandes dimensiones.
Esta interpretación ha sido también defendida por investigadores como Torremocha, que al estudiar la obra de Portillo no se limita a repetir sus palabras, sino que enlaza fuentes históricas y contexto ecológico con método riguroso.
Un siglo más tarde, en 1782, Ignacio López de Ayala evocaba ya ese bosque como recuerdo:
“…constando por la historia que la sierra Carbonera que está enfrente, no menos pelada en nuestro tiempo que el Peñón, fue un espeso bosque no muchos siglos há, i aun era monte á principios del siglo pasado; no tendrá dificultad en que el Peñón así como la imita en lo escueto i desnudo, la imitó también en la frondosidad de sus sombríos árboles” (p. 35).
El eco de Portillo pervive aquí, pero convertido en memoria de lo que había sido. Aún más reveladoras son las actas capitulares del cabildo de San Roque (1706–1909), que documentan la decadencia forestal y la pérdida de quejigos y alcornoques. Allí se propone incluso la repoblación mediante la siembra de bellotas y piñones, prueba de que aún quedaban vestigios de un bosque que se aspiraba a recuperar.
El Gran Asedio de Gibraltar (1779–1783) aceleró el arrasamiento del monte, dejando a Sierra Carbonera en el aspecto pelado que subraya López de Ayala. Los intentos modernos de repoblación, tímidos y discontinuos, no han logrado restaurar aquel paisaje. La sierra es hoy testigo de un proceso de varios siglos: de bosque útil y estratégico para la monarquía, a terreno desnudo, memoria de lo que fue. Con las fuentes aquí reunidas se cierra el círculo histórico: sabemos ya no solo que hubo árboles, sino qué árboles, cómo se usaron y cómo desaparecieron.

Gracias por el seguimiento y comentarios que está teniendo el artículo "1704: El verdadero origen de La Línea", publicado el pasado día 28. Espero que este también sea de su interés.
ResponderEliminar...que impresionante el bosque que tuvo que haber en su día! Santiago, que buena documentación con textos históricos. A ver si escribes un día del asedio a Gibraltar al que te refieres. Gracias.
ResponderEliminarGracias, Antonio. Sí, en aquel tiempo debió ser una joya. Yo he pasado muchas horas a cuestas de ese lugar inigualable. Aún conserva rasgos de su pasado, algunos los he ido desvelando, sin embargo, otros es mejor que queden ocultos por el tiempo.
EliminarDe cuántas cosas nos enteramos, gracias a personas como tú, Santiago, que investigåis y nos lo contáis.
ResponderEliminarEnhorabuena por el artículo, muchas gracias, un abrazo
Gracias a ti, José Manuel, por leer este y otros artículos. Me alegra mucho cuando veo tus magníficas fotografías, siempre hago una parada para contemplarlas. Un fuerte abrazo.
EliminarMe ha encantado, te demuestra que somos invasores natos. Nos gusta destruir por desgracia. Yo soy una enamorada de nuestra sierra y siempre que paseo por ella veo lo maravillosa que es pero que debió ser grandiosa. Gracias por tu legado pues nunca se habla de cosas tan interesantes.
EliminarUn bonito artículo que aprendes.
ResponderEliminarPrecioso. Siempre enseñando.
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