Miro a
través de mi ventana: la estampa es preciosa, un azul celeste
salpicado de blancos que se entrelaza con la silueta quebrada de los
montes, de un verde oscuro. Esta visión me anima a pensar que queda
menos para que el paisaje cambie y las primeras gotas refresquen el
ambiente, momento en el que podré iniciar mis limitadas
exploraciones por el campo.
Nada se parece a esa experiencia en soledad: observar plantas e
insectos, seguir las gotas que resbalan o los riachuelos que nacen de
la nada, mientras mi cámara captura retazos de vida del entorno.
Poco a poco me familiarizo con mi nuevo destino, y, con calma, voy
ampliando mis archivos: centenares, miles, decenas de miles de notas,
fotos y registros me acompañan, dándome sosiego y distracción.
En este contexto, repaso la ubicación de algunas plantas y me
detengo en un llamativo helecho que fotografié hace tiempo entre las
rocas de Sierra Carbonera. Una interrogación junto a esa imagen me
recuerda que su estudio quedó pendiente, y que probablemente merecía
atención.
No escatimo en mi propia observación, pero tampoco dejo de lado
el trabajo de quienes me precedieron. Hace poco leí en la revista
Benarax (Los Barrios) un artículo de Juan Montedeoca
titulado “La Carraguala”, cuyo contenido, en
versión adaptada, comparto aquí.
Descripción
La carraguala es una planta muy conocida en nuestra zona. Ese es
el nombre popular con el que se la ha llamado desde antiguo, aunque
en Botánica recibe el nombre de Davallia canariensis.
Es un helecho con rizomas cubiertos de escamas castañas. Sus
hojas alcanzan unos 10-15 centímetros, con pecíolos escamosos en la
base, de longitud semejante a la de la lámina. Esta es
cuadripinnada, con segmentos lanceolados u ovales, la mayoría
bidentados. Los soros aparecen en el extremo de los nervios.
Habita sobre rocas, paredes, quejigos y alcornoques, y también
puede crecer como epífita. Su distribución abarca el norte de
África (Marruecos), algunas islas atlánticas (Canarias y Madeira) y
el suroeste de Europa (sur de España y Galicia).
Usos tradicionales
Durante muchos años, la carraguala fue un recurso económico
importante para numerosas familias de la comarca. Se utilizaba en
preparados medicinales que se vendían en farmacias, aunque sus
aplicaciones no siempre eran conocidas por los recolectores, que la
entregaban directamente al boticario. Una de las farmacias más
activas en su compra fue la situada en la Plaza de Nuestra Señora de
la Palma, en Algeciras.
La recolección era peligrosa. Los hombres solían trabajar en
parejas, provistos de cuerdas, hachas y largas varas que usaban como
escalera o pértiga para alcanzar la planta en grietas y riscos. En
ocasiones, alguno perdió la vida en esta dura tarea, pues el terreno
era escarpado y traicionero.
Una vez recogida, la carraguala debía tostarse antes de venderse,
ya que en crudo apenas tenía valor. El tueste se realizaba en hornos
de pan, con un calor preciso que requería experiencia: si el horno
estaba demasiado caliente, la planta se carbonizaba e inutilizaba.
Tras el tueste se limpiaba con cuidado, eliminando polvo y escamas.
El proceso implicaba una gran pérdida de peso: de cada cuatro
arrobas en crudo, sólo quedaba una tras el tostado, es decir, se
perdía en torno al 75% de la materia. A pesar de ello, la venta de
carraguala supuso un ingreso vital para muchas familias campesinas en
tiempos de necesidad.
Memoria de un oficio
Esta información me hace pensar en cómo hubo un tiempo en que el
valor del campo era distinto al actual, y en cómo las actividades no
se limitaban a un solo municipio: las necesidades eran comunes y los
recursos, escasos. También me hace reflexionar sobre la diferencia
de mirada: probablemente, un hombre del siglo XX no veía esta planta
como lo hice yo, preguntándome si era una Davallia canariensis
o un Asplenium o un Adiantum. Él sabía bien qué
beneficios le reportaba.
Hoy la carraguala es, sobre todo, una planta apreciada por su
interés botánico y cultural. Pero conviene recordar el esfuerzo y
el riesgo que asumieron quienes la recolectaban y preparaban. Su
historia forma parte de nuestra memoria local, y nos ayuda a valorar
tanto la riqueza natural de nuestro entorno como la dureza de la vida
en aquellos tiempos.
Qué interesante conocer estos detalles. La teoría nos enseña, pero la voz de quienes lo vivieron nos emociona y nos acerca a la historia real.
ResponderEliminarEn la bajada del Mirador hacia Benzú las había en cantidad.
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