Globos con dedicatoria
Ha sido una semana de intensas y prolongadas gestiones administrativas: bancos, administrador, comunidad, Diputación, notaría y algunas más. Son esos lugares que, antes de acudir, te preguntas si habrá alguna forma de evitarlos. Pero al final comprendes que no queda otra, y debes enfrentarte, como si fuera un examen ineludible, a citas, formularios, colas, procedimientos, esperas y todo lo que cada sitio exige.
En esos momentos, el mejor antídoto es armarse de paciencia y dejar que la atención se disperse en lo que te rodea: observar los edificios como si fuera la primera vez que entras, leer carteles cuyo propósito, al terminar, te cuesta comprender, y, por supuesto, escuchar las conversaciones ajenas que se deslizan a tu alrededor, a veces con ese tono que parece invitarnos a enterarnos. En mi caso, que suelo escuchar poco, a veces me dan ganas de pedir que repitan, porque no me he enterado.
Últimamente, sin mucho entusiasmo, suelo sonreír y encoger los hombros como un pequeño gesto de resistencia. Pero cuando alguien me explica algo y se me escapan palabras, mi cerebro compone respuestas que no siempre encajan. A veces, el interlocutor se da cuenta y reformula la idea; entonces sonrío, reconociendo que he respondido a otra cosa, como si hablara en otro idioma.
Todo esto, sumado al sopor que provocan las altas temperaturas, no convierte las gestiones en un placer, pero al menos, en esos edificios se está fresco. Y si los trámites se realizan con eficacia, prontitud y voluntad de ayudar, no se puede pedir más.
Al final, el balance de esta semana ha sido sorprendentemente positivo, y todo ha ido rodado. No sé si ha sido cuestión de suerte o si me he cruzado con las personas más amables y competentes en cada puesto. Me resulta extraño, y daría sus nombres si no pensara que les incomodaría.
La última gestión fue en Diputación, primera planta, mesa seis. Una joven encantadora, segura, conocedora de cada paso, que me explicó con paciencia dónde estábamos y cómo continuar. Como es habitual en mí, no dudé en felicitarla. A menudo, con demasiada facilidad, resaltamos lo negativo y olvidamos elogiar el esfuerzo ajeno; y ese gesto, a veces, debería bastar.
Salí con mi subcarpeta blanca, doblada al revés para ocultar su origen, bajo el brazo, y me detuve bajo una sombra. Sentí una placentera sensación interior, suave, casi infantil. Algo parecido a cuando, de niño, sostenía en la mano una cuerdecita anudada a un globo. Este, por lo que ya sabemos, tendía a elevarse. Yo, seguro de tenerlo bajo control, abría finalmente la mano y le daba libertad. En pocos segundos, aquella forma misteriosa se elevaba al cielo mientras mis ojos seguían su camino zigzagueante pero decidido. Y, por extraño que parezca, intuía su felicidad, que al fin y al cabo era la que a mí me contagiaba.
El globo de hoy también lleva una dedicatoria imaginaria. Allá arriba debería estar salpicado de puntos de colores, como las estrellas en las noches limpias, en vez de estos cielos grises y algo deslucidos.
Quizás por permanecer tanto tiempo mirando hacia arriba, en ese acto reflejo e imaginario, se desplegó en mi mente una imagen de La Línea en los inicios de 1850. Las calles rectas, la calle Real empedrada y casi irreconocible, aunque aún con cierto eco familiar. Las casas, humildes y mal construidas, rodeaban calles de arena. Allí estaba la vivienda de Lutgardo López, más allá su huerto. En otro punto, la recién concedida escuela de niños, tras once años de peticiones y proyectos. Cerca, el cuartel de Infantería donde se alojaba una compañía que guarnecía el puesto. El edificio estaba en muy mal estado: el dormitorio parcialmente desempedrado, las paredes sucias y cuarteadas, y sin más ventilación que una puerta que daba a un patio del mismo aspecto, donde además se hallaba una pequeña cuadra con seis pesebres.
A la izquierda se alzaba la guardia principal de la Línea. Se divisaba una línea de garitas con pequeños cuerpos de guardia para las avanzadillas, nacidas en las dos playas opuestas: la del Mediterráneo y la de la Bahía. Un camino de buen arrecife partía desde la puerta, entre dos garitas, y conducía a Gibraltar.
De las antiguas fortificaciones, apenas quedaba un ramal de muro de piedra, de un metro y medio de altura, fácilmente franqueable por un caballo, conocido como la banqueta. Nacía en la playa del oeste y terminaba en la puerta de la Línea. Los antiguos fuertes de San Felipe y Santa Bárbara habían sido destruidos por los ingleses durante la Guerra de la Independencia, con la promesa de ser reedificados. Hacia el Zabal, los terrenos eran cultivados en huertas protegidas por cañas.
Un saludo me devolvió al presente. Pero durante unos minutos, había viajado en el tiempo.
De regreso, recordé la manta que tejió mi abuela Lola poco después de llegar a Ceuta. Trozos de telas de colores anudados, formando un paño multicolor que respiraba, abrigaba y pesaba a la vez. Ella me la dejó cuando partió, y aún la conservo. En momentos delicados, me envuelvo en ella y encuentro fuerza.
Nunca le pregunté cuánto tiempo le llevó crear aquella joya. Sin querer, la asocié a lo que acabo de contar. Tengo tan interiorizado este trozo de tierra que podría narrar su historia casi entera. Como la manta de mi abuela, ha sido un trabajo paciente de pequeños fragmentos unidos, anudados uno tras otro, a lo largo de decenas de años, hasta formar casi una manta completa. Casi su historia.

Actualidad, historia veraz, recuerdos, sentimientos y mucho más. Un abrazo en este día con el cielo deslucido.
ResponderEliminarBonita historia !!!!!
ResponderEliminarMuchas gracias. Sí, me parece muy bonita: habla de despedida, deterioro, historia de la que no se conoce y a nadie le importa, habla de libertad, también de recuerdos y conexión con el pasado, y lo más importante de todo, habla y coincide con un día triste, el mayor de una vida.
EliminarSi alguien se alegra tanto o más que yo con tus palabras sobre los asuntos burocráticos, ese es el autor de La Metamorfosis . No todo va a ser kafkiano a la hora del papeleo . Me elevas los ánimos al plantearme la próxima batalla frente a los mostradores y las ventanillas , ya sean publicas o privadas . Gracias por "triplicado" .
ResponderEliminarEntregaste mucho a cambio de nada, dejaste lo más y ni un solo recuerdo. Mi pensamiento junto al vuestro. Gracias.
ResponderEliminarLo sé, estos dos días me gustaría estar revestido con esa manta de mi abuela. Una entre las pocas personas que siempre estuvo.
EliminarPrecioso
ResponderEliminarBonita historia, relatada con un gran sentimiento de Amor, y envías el mensaje en globo, rindiéndole homenaje.
ResponderEliminarSeguro que ha llegado a su destino. Un abrazo.
Nadie mejor que un amigo de la infancia para entender los sentimientos.
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