El pañuelo: lágrimas, gestos y despedidas
Un objeto pequeño, hoy casi olvidado, que acompañó a generaciones enteras en los momentos de alegría, de amor y de despedida.
Este relato comienza…
Este relato comienza de un modo triste, lo que me hizo recurrir a un pañuelo. Al mirarlo, pensé en la de lágrimas que ha compartido con los humanos. ¿Cuántas historias se podrían escribir partiendo de este simple gesto? Ese amigo al que siempre se ha buscado refugio, el que ha servido para componer el gesto, al que le has dado la mano en momentos de inquietud.
Como si se tratara de un relámpago, las escenas se sacudían desde lo alto hasta llegar a mí, serpenteantes y luminosas, en líneas trazadas con ímpetu y decididas a mostrar su presencia. Y de esas escenas les voy a hablar ahora, quizá con acierto o sin él, pero al fin y al cabo recordadas.
El pañuelo: historia de un objeto casi olvidado
Hubo un tiempo en que todos llevaban un pañuelo en el bolsillo. Era parte del vestir, casi como llevar llaves o cartera, o como actualmente el móvil. Hoy, relegado por el clínex desechable, el pañuelo de tela ha quedado como un recuerdo, un objeto que huele a otra época, a costumbres que parecían inamovibles y que, sin embargo, desaparecieron casi sin darnos cuenta. Pero si uno se detiene a pensarlo, descubre que pocas piezas tan sencillas han tenido una vida tan rica y variada.
En un breve recorrido por la historia:
En Egipto y Roma se sabe que ya se usaban piezas de tela finas llamadas sudaria o oraria. Su función era principalmente limpiar el sudor (de ahí sudarium), pero también tenían un uso ceremonial. En los espectáculos romanos, el emperador daba comienzo a las carreras de carros soltando su pañuelo.
En Grecia existían piezas similares que se usaban en rituales religiosos y como accesorios personales.
En la Biblia, los “pañuelos” aparecen con un papel simbólico, higiénico y hasta milagroso: para cubrir el rostro de los muertos, como prenda de devoción, como signo de adorno o incluso como instrumento de sanación.
Durante la Edad Media, los pañuelos eran comunes entre nobles y damas como objetos de lujo, a menudo bordados y perfumados.
En el Renacimiento, el pañuelo empezó a convertirse en un complemento indispensable del vestir aristocrático. Se regalaban como muestra de afecto o cortesía, y muchas veces se convertían en verdaderas obras de arte textil.
En este contexto, seguro que todos recordamos lecturas, obras pictóricas y películas que muestran al pañuelo como un componente social: servía para mostrar rango, riqueza o delicadeza. A menudo, bordado con escudos o iniciales, se transformaba en un objeto con fuerte carga simbólica.
En la
España barroca y romántica abundan las referencias
literarias al pañuelo como gesto de coquetería, de duelo o de
amor.
Fue en los siglos XVIII y XIX cuando pasó
de ser un lujo a un objeto cotidiano de todas las clases sociales,
tanto por razones de higiene como de etiqueta. Napoleón, por
ejemplo, lo puso de moda en Francia, imponiéndolo en la corte.
El pañuelo como ornato
Hubo pañuelos bordados, de seda, de colores vivos. Lucían en los bolsillos de la chaqueta masculina o atados al cuello femenino, no como necesidad práctica sino como gesto de elegancia, coquetería o distinción social. En bailes y danzas populares, el pañuelo también entraba en escena: agitándose en el aire al ritmo de la música, convirtiéndose en prolongación del cuerpo.
Seguro que recordamos pañuelos bordados con las iniciales de sus nombres, por nuestras abuelas y madres a sus esposos. Yo recuerdo perfectamente una preciosa “M” gótica de Manuel en el pañuelo de mi padre.
El pañuelo como herramienta de cada día
No todo era gala. El pañuelo era, ante todo, útil. Estaba para secar el sudor, limpiar unas gafas, improvisar un vendaje o proteger la mano de un objeto caliente. En los pueblos, era frecuente ver a los hombres trabajar con él anudado a la cabeza para protegerse del sol, lo mismo que los albañiles en las obras. Era versátil, siempre dispuesto a transformarse según la urgencia.
El pañuelo como lenguaje del corazón
En los códigos del amor, un pañuelo podía hablar más que las palabras. Se dejaba caer “por descuido” para que alguien lo recogiera, se regalaba como promesa, se bordaba con iniciales. Había pañuelos que guardaban lágrimas o perfumes, objetos cargados de intimidad que se convertían en memoria de quien los había poseído. Anita aún conserva un pañuelo de esa época, con un soldado al lado de la bandera de España ¡Cuántos pañuelos de sus novias llevaban en su pecho los soldados!
El pañuelo como símbolo
En distintos momentos y culturas, el pañuelo ha cargado con significados colectivos: blanco para pedir paz, verde o violeta como bandera de reivindicación, rojo en fiestas populares como los Sanfermines. En algunos ritos, llegó a ser incluso señal de pureza o virginidad. Siempre presente, siempre dispuesto a condensar un mensaje en un gesto tan simple como agitarlo en el aire.
El pañuelo de las despedidas
Pero quizá donde más hondo calaba era en los adioses. Yo lo viví de cerca en Ceuta, cuando los barcos partían hacia la península, con hombres cuyo destino era Francia o Alemania, donde tantos emigrantes buscaban un futuro. En el Muelle de España se congregaban miles de personas. Eran escenas cargadas de abrazos, consejos apresurados, lágrimas y promesas.
Cuando el barco se separaba del muelle, quienes quedaban abajo alzaban sus pañuelos, y desde la cubierta los otros respondían. Aquel movimiento blanco, como una nube de palomas agitándose en el aire, simbolizaba el buen viaje, el adiós y la esperanza del regreso. Caminábamos por el muelle hasta la última esquina, agitando aún el pañuelo hasta que el barco desaparecía por la bocana. Era hermoso y triste al mismo tiempo, un ritual compartido que daba consuelo en medio de la separación.
Hoy, cuando los aeropuertos han sustituido a los muelles y las toallitas de papel a los pañuelos, hemos perdido más que un objeto: hemos perdido un lenguaje de gestos, un símbolo silencioso que acompañaba al amor, a la fiesta, a la enfermedad y a la despedida. Tal vez, al recordar el pañuelo, recordamos también una manera de vivir más cargada de rituales, de señales pequeñas que hacían grande lo cotidiano.
Mi amigo Paco, que es un genio componiendo comentarios, añadiría: “Dios da pañuelos a quien no tiene lágrimas.”
ResponderEliminarSeguro que sí.
EliminarMe has empujado a acordarme del pañuelo que los croatas de hace poco más de un siglo llevaban antes de partir al campo de batalla , regalado por mujeres y niñas . Incluso llegaron a formar parte de sus uniformes . El lenguaje del corazón que mencionas para las despedidas .
ResponderEliminarTe imagino en mitad del redondel de un coso taurino . Una silla , una mesa y tú pc . Mi mano agitando un pañuelo blanco junto a muchísimos otros . Pedimos desde las gradas el merecido trofeo por este canto , crónica elegantísima , al pañuelo .
Aquel trozo de tela de los guerreros croatas atrajo la atención en Francia (más tarde en el resto de Europa ) que los gabachos lo adaptaron a sus gustos y le llamaron : cravates . Derivando éstos en la actual corbata . Jugando con tu comentario , DIOS nos da lágrimas, lo de los pañuelos , de momento , se lo está pensando.
Carmen Lavado: Bueno, pues yo acabo de hacer un viaje maravilloso a través del tiempo acompañada de un pañuelo. Me ha encantado.!
ResponderEliminarPepe Pozo: Bonito recorrido histórico sobre uso y costumbres del pañuelo.
ResponderEliminarPero el recuerdo que tengo de él, de cuando pequeño y principio de adolescencia, era el uso que le dábamos para mocarnos. Al salir de casa arregladito, lo primero que te preguntaba tu Madre o Abuela, era. ¿ Llevas pañuelo para limpiarte? Y ella misma lo comprobaba. Tenía que ser uno limpio, sin que lo hubieras usado antes de salir de casa. Y si!! Yo, también los tengo con mí nombre bordado. Felicidades
Bonito recuerdo Pepe. La imagen del pañuelo grabado no puedo insertarla aquí, en los comentarios.
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