EL LIBRO
Ayer, después de publicar
el artículo sobre la Noche Temática Cultural de los Barrios,
dedicada a relatos de terror, Ana María Barroso me envió el relato
que hoy comparto con ustedes. Comienza con una escena cotidiana que
atrapa de inmediato, para luego dar un giro hacia lo extraño y lo
metaficcional que sorprende y fascina.
En mi opinión, mantiene
la intriga y el misterio hasta el final, con ese toque inquietante de
no saber si hay escapatoria. Creo que habría sido una magnífica
aportación para la Noche Temática, y estoy seguro de que a los
organizadores les habría encantado contar con su participación.
No
tengo dudas de que en la próxima edición Ana María nos deleitará
con su entusiasmo creativo. 
Pensé llevar mi máquina de coser al taller. Se había estropeado en el peor de los momentos y el trabajo se acumulaba. Primero fui a la panadería y luego a la carnicería. Precisamente allí vi a mi vecina que portaba un libro bajo el brazo. Le pregunté de que trataba…contestó que era una historia increíble de ciencia ficción. Añadiendo que lo compró en un centro comercial en la calle La Fontana 5. Finalmente y ante mis suplicas acabó prestármelo.
Mientras desayuna levante la tapa del libro y no pude dejar de leerlo hasta entrada la noche. Al día siguiente me dirigí al centro comercial del que me habló mi vecina con mi máquina.
Al llegar encontré una nave comercial abandonada de refilón vi una puerta encajada y la curiosidad me llevó a abrirla. Al mismo tiempo qué lo hacía una luz intensa se encendió ante mi asombro y pude ver largas hileras de jóvenes arreglando maquinas de coser. Pregunté asustada que sitio era ese y porque se había iluminado de repente al abrir la puerta. Nadie contestó.
Un muchacho me pidió la máquina. Se la entregué desconfiada, a los diez minutos me la devolvió arreglada. Me giré hacia la entrada cuando la luz se apagó de nuevo. El muchacho me agradeció el tiempo de vida que le había regalado. Yo no entendía nada, quería salir de allí corriendo Todo resultaba extraño... tétrico. Me preguntaba constantemente donde me había metido.
Comencé a sentir temblores por todo el cuerpo junto a un frío helado que me congelaba la sangre. Hacia movimientos imprecisos. En ese momento un hombre mayor se percató de mi estado y se acercó a mi arrastrado los pies. Luego me preguntó secamente con voz ronca, si había terminado de leer el libro que me había prestado mi vecina. Le respondí extrañada que no, preguntando al mismo tiempo como sabía todo aquello. El hombre me miró fijamente sin contestar a mi pregunta. Al rato exclamó sin mediar palabra, que ahora yo era un personaje más de la historia del libro como lo eran todos ellos.
Fuera de sí, grité que quería salir de allí me sentía desvanecer. El anciano afirmó: que sin terminar de leer el libro no sabría ni podría hacerlo. Añadiendo que todos los libros necesitan contar su historia y que no se debía bajo ningún concepto ignorarlos dejándolos en un rincón. Los libros tienen alma dijo… levantando el tono de voz.
Después de oír aquello estallé. No podía parar de llorar y gritar pidiendo ayuda. El anciano que se había sentado sobre la tapa de una máquina de coser, quiso tranquilizarme diciendo que cuando alguien abriera de nuevo la puerta me quedaría menos tiempo para salir. Pero también afirmó burlonamente, que tras las máquinas de coser habían miles de personas esperando ese momento.
Casi sin poder hablar pregunté que tenían que ver las máquinas de coser en todo aquello. El aclaró que nada absolutamente. Simplemente era una distracción durante la espera y que desaparecía según la persona que abría la puerta buscando algo. Allí lo encontraban todo... Sin darme apenas cuenta había entrado en un libro y no podía salir de el. Sin hacer nada, mi cuerpo fue resbalando por la pared hasta caer en el suelo donde aún permanezco
Han pasado años y sigo siendo unos reglones de un viejo libro que apenas se pueden ver.
Ana María Barroso
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