Sonidos de Fe y Pasión
Dedicado a la Banda de Música Maestro Infantes de Los Barrios, cuya entrega y talento mantienen viva la esencia de cada nota.
| Banda de Música Maestro Infantes de Los Barrios- Imagen de su perfil de Facebook | 
Las paredes blancas del interior de la iglesia de San Isidro contrastan con el marrón de la piedra de la torre, tallada a golpes para encajar a la perfección en la forma abovedada de la entrada. El contraste entre lo antiguo y lo moderno, marcado por el color puro, invita al sosiego, a la paz y a la reflexión.
En este contexto, observo desde mi posición en uno de los bancos de madera cómo el entorno se convierte en un péndulo que se balancea entre las formas de la arquitectura, la ornamentación y los colores, como queriendo ensayar una secuencia para, desde el reposo, agudizar los sentidos y desprenderse de todo aquello que no se desea.
En este estado, comienzo a escuchar la música que aún resuena en la iglesia, como si las notas se hubieran quedado atrapadas en sus muros. Las paredes blancas y la piedra de la torre han absorbido cada acorde, devolviéndolo en ecos suaves, como un susurro que se niega a desaparecer. La sensación de haber perdido el concierto se disipa por un momento; aún puedo sentir su presencia flotando en el ambiente.
Una mirada hacia arriba me hace contemplar unas llamativas vidrieras de preciosos colores, y siento el mismo entusiasmo que en mi niñez al admirarlas. Mientras tanto, comienzo a recibir esas notas de los instrumentos, esas voces que se expresan sin palabras. Distingo los metales solemnes, la percusión firme, los vientos melancólicos; todos unidos, como si por arte de magia hablaran: Estrella Sublime, Coronación en el Rocío, Siempre en el Recuerdo... y así, una tras otra.
Es fascinante. Puedo escuchar los pasos cortos y acompasados de los costaleros, a veces arrastrados, y hasta la ausencia de respiración al traspasar la puerta de San Isidro. De pronto, el estruendoso arranque de la Banda de Música de Los Barrios inunda el espacio con la entrega absoluta de sus músicos. Ellos, más que nadie, conocen el significado de sus acordes, porque saben que cada instrumento aporta una emoción diferente.
Mi cabeza se inclina hasta observar las relucientes losas de color negras y blancas colocadas en forma de rombo, como si tratara de advertirme de algún detalle sobre la arquitectura y la relación que guarda con el sonido. Pero nada me es indiferente porque el sonido se expande y se mezcla con cada arco, en cada columna en cada rincón.
Es un efecto generalizado en quienes la escuchan, sienten cómo envuelve y transporta a un universo existente o ausente, cercano o lejano, del pasado o hacia el futuro. Es el poder de la música, que permite, aun en la ausencia del concierto físicamente, la permanencia de su esencia.
De pronto, como si se tratara de un regalo del cielo, recibo los acordes de Saeta, melodía que tiene un significado muy intenso para mí. Siento algo sobrehumano y una serenidad indescriptible, cierro los ojos e imagino a Jesús agotado y ensangrentado saliendo del pretorium en dirección al Calvario cargando el patibulum. El cansancio humilla sus rodillas; en su pecho porta un rótulo de color blanco con letras en rojo "Jesús el Rey de los Judíos". Su caminar es lento y casi zigzagueante hasta hacerle caer. A su paso es insultado por muchos y llorado por pocos, mientras una voz desde el futuro grita: ¡Tocad! ¡Tocad! Músicos... Tocad como nunca para acompañar, para amortiguar esa agonía y que vuestras notas le eleven en un resplandor celestial . Todos han escuchado, el director eleva los brazos y apunta la entrada: los jóvenes de la percusión movilizan sus manos y repican como nadie, se ensanchan los pulmones y los sonidos de viento vuelan como ángeles, los gritos se desvanecen ante la belleza de una delicada melodía.
Jesús ha llegado al Gólgota. El silencio cae como un manto sobre la multitud. Noto que una mano se apoya sobre mi hombro y me siento dichoso. Abro los ojos y escucho una voz que me susurra: "Es hora de que cerremos".
El concierto terminó, pero las notas siguen ahí, esperando resonar de nuevo. Y cada año sonarán para todos aquellos que deseen apreciarlas, en una invitación a valorar no solo el sonido, sino el alma que lo crea.
Mi agradecimiento al Maestro Infante por permitirme el uso de la imagen.
ResponderEliminarcuando el narrador se convierte en un nuevo acorde de la banda , esa que habéis conseguido que viaje en el tiempo . Futuro y pasado . Vuestro maravilloso bálsamo , compuesto de magia y arte , remedio que alivia y cura , fluye desde los corazones . La Saeta , flecha invisible , lo transporta por el aire hasta hacernos sentir a los presentes que nada sucede en vano . El suplicio del cuerpo de Jesús se convierte en alegría del alma . Para que cada día seamos más quienes lloremos , rezo , y para que comprendamos el verdadero sentido de todas las lagrimas que se derraman cada dia intentando lograr un mundo mejor . Banda Maestro Infantes , un abrazo .
ResponderEliminarGracias, Paco, por tu comentario lleno de sensibilidad. Ah, en este contexto, soy un acorde que apenas se percibe, como debe ser. Coincido contigo en aplicar tus palabras a la Banda de Música 'Maestro Infantes' de Los Barrios, como un 'bálsamo compuesto de magia y arte'
ResponderEliminarPrecioso artículo dedicado a esta Banda de Música.
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