Lecciones entre surcos y palabras
En alguna ocasión he mencionado que mientras escribo, dependiendo del tema, casi siempre pienso en los amigos a los que están dirigidos. Sin embargo, esta vez ha sido distinto, los he recordado mientras visitaba los lugares y hablaba con las personas. Es curioso, sentía deseos de que me acompañaran y participaran de ese bienestar, al tener la sensación de que aquello sería de su agrado.
En este contexto, lo que veo y escucho es tan noble, tan sensato, tan familiar, dentro de un ambiente tan natural, que pienso que puede ser asequible y grato para todas las edades, formación y sexos. Mientras conversaba con Plácido, una nube oscura nos cubrió sin que nos diéramos cuenta. Dejó escapar algunas gotas de advertencia, lo que me obligó a guardar apresuradamente la cámara y a interrumpir nuestra animada conversación.
Un rato antes, una lectura relacionada con la hipotética creación de Los Barrios, del autor López de Ayala, y el análisis del historiador barreño Manuel Álvarez me estimuló a ir en busca del histórico Cortijo de Tinoco, donde las crónicas cuentan que, tras la salida de los residentes de Gibraltar en 1704, un grupo se estableció en los alrededores de dicha finca. No tardé mucho en situarme muy cerca, pero unos metros antes me distrajeron unos pequeños sembrados que quise comprobar, para ver si se trataba de los que me habían mencionado en otra ocasión.
Efectivamente, ya en el interior, pude advertir que aquella extensión se dividía en pequeñas parcelas cuadradas de 10 metros de lado. Mientras observaba el perímetro, en una de ellas trabajaba un hortelano. Tras los saludos, entablamos una conversación en la que me informó que allí había 100 particiones, siendo de la Junta de Andalucía y gestionadas por el Ayuntamiento. Incluso me aleccionó sobre algunos trámites a seguir para solicitar una.
Después, me fue mostrando las verduras que tenía sembradas y las dificultades de algunas de ellas en el crecimiento, una verdadera lección de horticultura, de modo gratuito. Pronto llegaron otros usuarios, que me acompañaban y deseaban mostrarme sus huertos. Con verdadera pasión me iban describiendo: "Ahí están las habas, esto es orégano, al lado perejil, más allá brócoli, aquellas matas son de patatas, que este año no terminan de germinar".
¡Qué maravilla! Ese era su mundo, quizá el que habían vivido, el que habían visto o el que soñaron a la hora de la jubilación para pasar sus ratos. Lo cierto es que derrochaban pasión y cariño hacia aquellos brotes de vida en multitud de tonalidades verdes, y yo recibía aquellas enseñanzas de modo participativo, como si hubiéramos asistido al mismo colegio en nuestra niñez.
Las escenas se repitieron. Cuando les preguntaba si les podía hacer una foto, con agrado me respondían afirmativamente. En aquel lugar vibraba lo positivo, la paz, la relajación. Casi perdí la noción de la causa que me había llevado hasta allí, y al comentar el lugar que buscaba, me respondieron que cruzara la carretera. Aquella confianza me sensibilizó a convertirlos en mis nuevos amigos. Mientras me alejaba, entre medio de aquellos huertecitos, una voz me preguntó:
"¡¿Pero dónde vas?!"
Le respondí que salía por el lugar por el que había entrado en el huerto.
"No, hombre, sal por aquí, que te pilla más cerca. Espera, que te abrimos la puerta".
Me guiaron hasta una puerta donde me encontraba y la abrieron; estaba con candado.
"Cierra el candado", me dijeron. Después, me asesoraron sobre cómo subir y dónde se encontraba mi destino.
Finalmente, crucé la carretera y me adentré en el sendero que llevaba al Cortijo Tinoco. Con cierta prudencia caminé en una subida y, al final, vi un cortijo. A lo lejos, alguien cavaba y me acerqué. Nos saludamos y conversamos. Se trataba de Cristóbal Palacios, un señor de 84 años que recogía algunas tagarninas, pero ya finalizaba y regresaba. Aunque el lugar era tentador, preferí acompañar a aquel frágil hombre. En aquel momento, pensé que era más importante dialogar con él que toda la belleza que me rodeaba.
Mientras descendíamos, le conté que me gustaba la historia, lo que lo llevó a compartir algunos detalles generales de aquellas tierras. Además, relacionado con algo, me informó que era el presidente del huerto de ocio. Fue cuando me ofreció una clase magistral sobre el campo y la siembra en apenas siete minutos:
"El pan está en el campo", me repitió. "Ya no se siembra trigo porque no llueve. Estas eran las tierras del mejor trigo", y un largo etcétera. De vez en cuando se detenía, me miraba fijamente y sentenciaba:
"En mi vida he hecho muchas cosas, he sido comerciante, pero tuve que cerrar el negocio. ¿Sabe usted que fui ingeniero zapador?"
A lo que contesté: "Yo también lo fui".
"Luego, somos compañeros de cuerpo", dijo con una sonrisa. "Yo sabía mucho de aquellas minas".
Deseaba parar el reloj o prolongar el camino, pero Cristóbal, con su zoleta al hombro y una bolsa colgada llena de tagarninas, se dirigía al huerto, y lo acompañé. Le dije que regresaría un día con mi mujer, porque a ella le gusta mucho todo eso, y él afirmaba con alegría.
Como dicen algunas eminencias, no voy a ofrecer consejo cuando no se me pide, así que solo me atrevo a expresar mis propias experiencias. En este sentido, a través del trato con estas personas y otras que conservo de mi efímero recorrido, he comenzado a comprender comportamientos que tenía olvidados. Aquí el respeto no se impone ni se exige; simplemente se asume.
En medio de ellos, me doy cuenta de la belleza de alcanzar una edad en la que, más que la prisa o la competencia, lo verdaderamente importante es la conversación, la amistad, el contacto. Un espacio donde el “apártate para ponerme yo” pierde sentido y, en su lugar, florece el simple y genuino deseo de compartir.
| Plácido | 
* Fotografías tomadas por el autor. Las imágenes a las personas han sido autorizadas y se emplean exclusivamente en este artículo, con un propósito cultural.
* Mi agradecimiento a todas las personas citadas o que aparecen en estás imágenes.
Pretendía citar algunos nombres de nuestros lectores, pero he desistido, porque pienso que serían muchos los que les hubiera gustado compartir esos momentos de conversaciones.
ResponderEliminarEn el próximo os presentaré al amigo Cristóbal Palacios.
Antonio: Menuda experiencia enriquecedora te has llevado
ResponderEliminarAsí es, Antonio. Buena gente y en mi caso aprendiendo.
EliminarQué buena iniciativa. Podrían llevarlo a cabo en otras ciudades. Un abrazo
ResponderEliminarEstoy totalmente de acuerdo contigo, Mariola. Es un ejemplo a imitar. Otro para ti.
EliminarAna María Moya: Me gusta la facilidad que tienes para entablar conversaciones con personas que no conoces, la cercanía que consigues con ellas tan rápido y todo lo que eso te lleva a descubrir.
ResponderEliminarEs cierto, pero antes aprendí a escuchar y entender que todos me pueden enseñar algo que yo desconozco. Gracias May, por tu cercanía.
EliminarIsa Rodríguez: Me ha gustado mucho pq has hablado y has puesto fotos de gente que conozco
ResponderEliminarGracias Isa. Me quedan algunas que las insertaré en otro momento. Fue muy enriquecedor. Ayer mismo llevé a Anita para que viera todo aquello, le encantó.
EliminarJavier Montesinos: Qué bonito Santiago.
ResponderEliminarHas logrado en pocas líneas, conjugar la belleza de la labranza, con la sencillez de su gente. Cuanto tenemos que aprender de ello.
Enhorabuena y gracias por este regalo.
Muchas gracias, Javier. Se lo debo a ellos, todas personas muy agradables. Tenemos que aprender mucho.
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