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La Escuela Rural de la Polvorilla: Un Sueño que Renace

 

La Escuela Rural de la Polvorilla: Un Sueño que Renace


Parque de los Alcornocales

Quizá no sea la persona más indicada para publicar una reflexión como la que voy a plantear, pero cada día, en muchos ámbitos —desde el periodismo hasta la literatura— parece haber una tendencia a desviar el foco del verdadero protagonista de la historia hacia quien la cuenta. Este fue un tema de conversación con mi amigo Paco Santos hace apenas unas horas, y tenía sentido en relación con un texto dedicado a una actividad concreta.

Desde mi punto de vista, cuando un escritor se entromete demasiado con su estilo o su afán de protagonismo, puede eclipsar lo que realmente importa: la historia, los personajes, la verdad detrás de lo narrado. A veces, el silencio, la observación honesta y la simplicidad dicen mucho más que una avalancha de palabras rimbombantes y vacías. En la actualidad, vivimos en una era en la que muchos buscan más visibilidad personal que transmitir un mensaje auténtico. Sin embargo, hay historias que merecen contarse con el protagonismo centrado en quienes verdaderamente lo merecen.

Hace unos días, Isa, amiga de la familia, conociendo nuestro establecimiento en esta villa, pensó en allanarme un poco el camino. Me proporcionó algunos contactos de personas relacionadas con el mundo de la cultura y el medio ambiente. No tardé en comunicarme con ellos y, para mi grata sorpresa, recibí de todos una calidez extraordinaria. Fue así como Andrés Muñoz me invitó a visitar la Escuela Rural de la Polvorilla, una oferta que acepté con mucho agrado.

Este centro se encuentra en la carretera de Los Barrios a Jerez, muy cerca del puente del pantano de Charco Redondo. En los años 50, el edificio funcionaba como una escuela para los niños de los cortijos cercanos e incluso ofrecía clases para adultos. Con el paso del tiempo y el éxodo de los cerca de 1.000 vecinos que conformaban la comunidad, el lugar cayó en el abandono, quedando en un estado de deterioro considerable.

Pero hace dos años, como si se tratara de un cuento de hadas, Andrés tuvo la visión de recuperar el lugar. Lo compartió con familiares y amigos, y con gran entusiasmo comenzaron a gestionar los trámites necesarios para emprender las obras. Ayer, al convivir con estos voluntarios, fui testigo del esfuerzo y la dedicación con la que trabajan. No son constructores profesionales, o quizá alguno sí, pero saben y hacen de todo: blanquean paredes, nivelan suelos, repellan muros, restauran ventanas. Cada ladrillo colocado, cada pincelada de cal es un acto de amor y compromiso con la memoria de aquel lugar.

Lo que más me impresionó fue el sentido de pertenencia y el vínculo emocional que une a estas personas con la escuela. Algunos de los voluntarios estudiaron allí cuando eran niños; para ellos, cada rincón guarda un recuerdo, cada restauración es un homenaje a su propia historia. No buscan reconocimiento ni aplausos, solo desean devolverle a la comunidad un espacio que alguna vez fue fundamental en sus vidas.

En tiempos donde el individualismo parece imperar, estas acciones nos recuerdan el valor de la colectividad y el esfuerzo desinteresado. La historia de la Escuela Rural de la Polvorilla no trata de quién la cuenta, sino de quienes, con sus manos y su corazón, están escribiendo un nuevo capítulo para ella. Porque a veces, las mejores historias no necesitan de grandes artificios, sino de personas dispuestas a hacer algo por los demás.

Para quienes deseen seguir de cerca la evolución de las obras y el trabajo de estos voluntarios, pueden visitar su página en Facebook: [La Polvorilla Escueka Rural].

https://www.facebook.com/profile.php?id=100089633591390&locale=es_ES

Comentarios

  1. Javier Montesinos: Una vez más, das en el clavo y retratas con pocas palabras la importancia de la colectividad frente al egoísmo y a la egolatría de la sociedad actual.
    Enhorabuena a ti por tu reflexión y a los voluntarios por su afán de recuperar lo que nunca se debió perder.

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