La aventura de Toñete y el Oso
Era un día especial en el CEIP San Ramón, y los alumnos de 3º estaban más nerviosos de lo habitual. Javier, junto con sus amigos Pablo y Noé, habían convencido a su abuelo de que Toñete "El Corchuelo" visitara la clase para contarles una de sus famosas historias. El profesor, don Jesús, y el director del centro habían accedido encantados, y los niños no paraban de mirar la puerta del aula, esperando que su invitado llegara.
| CEIP San Ramón (Los Barrios) | 
Finalmente, la puerta se abrió, y allí estaba Toñete, con su sombrero de siempre, su sonrisa traviesa y ese aire de alguien que había vivido muchas aventuras. Se sentó frente a la clase mientras todos lo observaban en silencio. Por primera vez, don Jesús notó que no se oía ni un susurro. Hasta los más inquietos estaban inmóviles, con los ojos clavados en Toñete, esperando sus palabras.
—Bueno, bueno —dijo, mientras miraba a los niños con ojos brillantes—. Me han dicho que quieren una historia especial. Y creo que tengo justo la adecuada para ustedes.
Toñete miró a Javier y continuó:
—Todo empezó un día, en los montes de Los Barrios, cuando encontré una cueva que no había visto nunca antes. Estaba cubierta por unas ramas que colgaban como cortinas. Me acerqué, aparté las ramas con cuidado y vi el interior. Estaba oscuro y, aunque me dio un poco de miedo, también tenía mucha curiosidad.
Los niños escuchaban atentos, con los ojos muy abiertos.
—Por un momento, dudé si entrar o regresar a casa. Había caminado mucho y estaba lejos, pero al final la curiosidad fue más fuerte. Di un paso, luego otro, y justo en ese momento… ¡boom! ¡Un trueno retumbó y me hizo saltar! Era una tormenta. Mi corazón latió rápido, pero seguí avanzando hasta que estuve dentro. Allí, el aire olía a humedad, y mis pasos resonaban en las paredes de la cueva.
Toñete hizo una pausa para mirar a los niños, que contenían la respiración. Se levantó y dio unos pasos entre los pupitres.
—Al mirar al suelo, vi algo que me hizo detenerme: un hueso. Era pequeño, como de un animal, pero a medida que mis ojos se acostumbraban a la oscuridad, me di cuenta de que había huesos por todos lados. Algunos eran grandes, otros pequeños, y más adelante, junto a unas piedras negras que parecían haber sido usadas para un fuego, vi un esqueleto humano.
Un murmullo recorrió la clase.
—Me quedé helado —continuó Toñete—. Antes de que pudiera reaccionar, escuché un rugido atronador. Giré la cabeza y lo vi: un oso enorme estaba parado en la entrada. Su cabeza casi llegaba al techo, y sus ojos me miraban fijos. Pensé que ese sería mi último día.
La tensión en la clase era palpable. Toñete sonrió al ver las caras de los niños.
—Mi padre siempre decía: “Si te encuentras en peligro con un animal, dale algo de comer”. Así que abrí mi morral, temblando, y saqué un trozo de pan y chorizo. Lo coloqué en una piedra cercana y retrocedí despacio. El oso bajó sus patas delanteras, se acercó y empezó a comer. Mientras tanto, yo me deslicé hacia la salida y corrí hasta que llegué a casa.
—¡¿Y qué pasó después?! —preguntó Noé, incapaz de contenerse.
—Bueno —continuó Toñete—, durante días no quise alejarme mucho de casa. Pero una mañana, mientras cuidaba a las cabras, vi algo entre los matorrales. Era grande y marrón. Luego escuché un rugido. ¡Era el oso! Me estaba siguiendo. Al principio tuve miedo, pero luego pensé: si no me hizo daño en la cueva, quizá no sea tan malo. Decidí acercarme con otro trozo de jamón. Esta vez, el oso no rugió ni se puso de pie. Solo esperó y se acercó despacio a comer.
Los niños sonrieron, aliviados.
—Así, poco a poco, nos hicimos amigos. Cada día le llevaba algo de comer, y él me acompañaba mientras caminaba por el bosque. Incluso, un día de lluvia, volvimos juntos a la cueva y encendí un fuego. Allí estuvimos calentitos mientras escuchábamos la tormenta afuera. Desde entonces, nunca más me sentí solo en el campo.
A la hora del recreo, los niños no podían hablar de otra cosa. Incluso en la clase de judo, esa tarde, Pablo y Noé comentaban con sus compañeros cómo Toñete había enfrentado al oso y vivido para contarlo. Don Jesús sonreía al oír las conversaciones desde su escritorio, feliz de haber traído a alguien que no solo les había contado una historia, sino que también había encendido su imaginación. Era evidente que Toñete "El Corchuelo" no solo había dejado huella en el aula, sino también en el corazón de cada niño.


Querido Javier, quizá en tu próximo encuentro con Toñete, te cuente otra historia de mucha risa, cumpliéndose tus deseos.
ResponderEliminarEduardo Gavilán: Una aventura que sirvió para crear en los niños un amor hacia los animales....que a través de la comida y el buen trato el oso se hizo amigo de Toñete.
ResponderEliminarPor otro lado como toñete que viviendo fuera de la ciudad pudo llamar la atención de los niños con su aventura.
De la misma manera que los niños podían enseñar a éste las costumbres de la ciudad...Toñete podía enseñar a ellos cosas del campo...un intercambio que nos enseña que se puede aprender de todo el mundo por muy humilde que este sea.
Bonita publicación Santiago
Bien dicho, Eduardo. Aprender unos de otros es el camino normal e inteligente. No importa quién seas ni de dónde vengas.
EliminarBonito relato. Y curioso, porque los osos pardos siglos ha que dejaron las sierras de Cádiz.
ResponderEliminarLa historia me recuerda al viejo Pereira, el hombre que aplaudía a los leones (1958-2013), legendario guarda del Parque Nacional de Gorongosa, en Mozambique.
Luchó mucho Pereira por mantener el Parque a salvo de las masacres que cometían ambos bandos de la guerra civil (Mozambique estuvo casi 30 años en guerra; la de independencia, 1964-74 y la civil, 1977-92) y por regenerarlo cuando esta terminó. El parque era su vida, toda su vida; en él creció, vivió, aprendió, enseñó y murió.
Pereira tenía la naturaleza en la sangre y los leones en el corazón. Cuentan de él, quienes con él la vivieron, esta anécdota que demuestra su coraje y su autoridad sobre los leones:
“A principios de 1979, aún la guerra no era muy dura en Gorongosa, Pereira iba patrullando a pie el parque con Costa Quembo y Benjamín Bolacha. Iban buscando furtivos, trampas, desactivar minas. Fueron a cargar sus cantimploras en el río Mussicadzi, lleno de cocodrilos, cuando se dieron cuenta de que estaban junto a un par de leones. Entonces, uno de los leones intentó atacar a los ranger.
Pereira comenzó en ese momento a batir palmas y todos le siguieron. Lo hacían como se hace cuando se saluda a los jefes locales. Miraban fijamente a la leona y daban palmas sin apartar sus ojos de los suyos. El león macho, desconcertado, decidió entonces huir y la leona, furiosa, le siguió.»
El macho de la pareja era el legendario león del parque, Chitengo. Alguna costumbre humana adoptó el león Chitengo, ya que llegó a ocupar un viejo bungalow como su hogar y fundó la conocida “casa de los leones”.
Y el mensaje está claro: si quieres que los animales sean tus amigos, tiéndeles la mano.
Precioso Santiago. Seguro que Toñete nos proporcionará buenos ratos de lectura. Gracias.
ResponderEliminarAna María Mota: Bonita historia la de Toñete , y , sobre todo como tu la cuentas.
ResponderEliminarJavier Montesinos: Ya sabía yo que Toñete iba a dar mucho de sí con sus historias. En esta nos inculca el amor por los animales y su reciprocidad.
ResponderEliminarGracias una vez más Santiago.
Mariola De Sola: Comparte esta historia y comenta "Espero ansiosa otra historia de Toñete!!!"
ResponderEliminarNarciso Maldonado: Gracias y comparte esta historia
ResponderEliminarJerónimo Osorio: Espera otra historia de Tonete.
ResponderEliminarMaricarmen Lavado: Me da la sensación de nuestro amigo Toñete nos va a hacer pasar muy buenos ratos,y sí además aprendemos algo de cada una de sus historias, miel sobre hojuelas. Siempre hay alguien que te puede enseñar,hasta la persona que menos te imaginas,sabe algo que tú no sabes y que además te puede interesar.
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