Teloneros de la Historia en la conquista de Gibraltar
Hay momentos en que la lectura se vuelve una labor monótona, especialmente cuando lo que buscamos es esa pieza de información valiosa que encaje en el texto que pretendemos escribir. En este sentido, quienes han desarrollado el gusto por deslizarse entre las líneas escritas llevan cierta ventaja. En mi caso, ante la monotonía de algunas lecturas, siempre busco ese remanso que me permita descansar y recuperar fuerzas para seguir. Casi siempre lo encuentro en historias, anécdotas y detalles que, aunque pequeños, destacan sobre otros.
Veo a estos personajes como teloneros de una gran obra: irrumpen brevemente en el escenario solo para desaparecer después, aparentemente sin dejar rastro. Sin embargo, a pesar de su aparente insignificancia, ofrecen una riqueza histórica y cultural que no debemos subestimar.
Conocer y apreciar sus intervenciones en esos momentos clave es mantener la narrativa completa, sin cortes ni censuras. Como solemos decir hoy, sin las discriminaciones que tanto se mencionan pero que, a menudo, se pasan por alto en la práctica.
En relación con nuestro contexto geográfico e histórico, quiero compartir algunas de las vivencias de cuatro personajes, aunque contamos con más, estoy seguro, les agradará conocer o recordar.
Simón Susarte: El cabrero como guía en Gibraltar
Simón Susarte, un humilde cabrero que conocía las montañas de Gibraltar como la palma de su mano, jugó un papel sobresaliente en el intento español de recuperar la plaza de Gibraltar en 1704, cuando esta cayó en manos de los ingleses. Habiendo pasado su vida recorriendo las sendas ocultas de la roca, se ofreció al marqués de Villadarias para guiar a las tropas españolas por una ruta secreta, desconocida por el enemigo.
El 10 de noviembre, Susarte guió a un grupo de 500 hombres al mando del coronel Figueroa por un estrecho sendero conocido como el paso del Algarrobo, y llegaron sin ser detectados hasta la cueva de San Miguel. Desde allí, avanzaron al Hacho y sorprendieron a la guardia inglesa, que fue pasada a cuchillo. A continuación, las tropas bajaron hasta la Silleta, con el objetivo de asegurar la subida de los refuerzos que debían llegar desde el campamento español.
Sin embargo, las tropas de apoyo nunca llegaron, y los hombres de Figueroa se encontraron con una escasez alarmante de municiones: solo llevaban tres cartuchos por soldado. A pesar de su ventaja inicial, los ingleses contraatacaron, enviando un regimiento liderado por Enrique, sobrino del príncipe Armstard. Aunque los españoles resistieron durante un tiempo, cuando agotaron sus municiones, fueron obligados a cargar con bayonetas. Enrique de Armstard fue herido en la cara, pero finalmente los ingleses retomaron las alturas, y muchos soldados españoles murieron o fueron hechos prisioneros.
Susarte y algunos paisanos que lo acompañaban lograron escapar gracias a su conocimiento del terreno y regresaron indignados al campamento español, donde solo encontraron el amargo sonido de la retirada.
Así se perdió una oportunidad crucial para recuperar Gibraltar, debido a la mala coordinación y la falta de suministros. Esta versión simplificada está basada en el relato del historiador López de Ayala, aunque también ha sido recogida por otros autores.
Alí el Curro: Ofrece la conquista de Gibraltar
En 1462, Gibraltar estaba en manos de los moros bajo el reinado de Enrique IV de Castilla. Un moro llamado Alí el Curro, vecino de Gibraltar, se convirtió al cristianismo en Tarifa y tomó el nombre de Diego del Curro. Motivado por su nueva fe, ofreció al alcaide de Tarifa, Alonso de Arcos, un plan detallado para conquistar Gibraltar. Alí explicó que la ciudad se encontraba en una situación vulnerable, ya que la mayoría de sus defensores habían partido hacia Granada y Málaga, dejando solo a un pequeño grupo de hombres para protegerla.
Alonso de Arcos, junto con un grupo reducido de soldados, se dirigió a Gibraltar aprovechando la noche. Guiados por Alí, lograron entrar en la ciudad sin ser detectados. Los pocos moros que quedaban, tras ser capturados e interrogados, confirmaron la situación de debilidad de la ciudad. Este testimonio reforzó la confianza de Alonso en que la toma de Gibraltar era posible.
El alcaide, consciente de la importancia del momento, escribió a los nobles cercanos, incluyendo a Juan Ponce de León, conde de Arcos, y Juan de Guzmán, duque de Medina Sidonia, pidiendo refuerzos. Estos acudieron rápidamente con sus tropas, y tras un primer asalto en el que sufrieron bajas, las fuerzas cristianas se prepararon para un segundo ataque. Mientras deliberaban, un moro que había huido de la ciudad informó a los cristianos que los defensores restantes estaban debilitados y desmoralizados, lo que llevó a los moros a ofrecer la rendición a cambio de poder retirarse a Granada con sus familias y pertenencias.
Los líderes cristianos aceptaron las condiciones, y la ciudad de Gibraltar fue entregada pacíficamente, marcando una victoria importante tanto para el rey como para la causa cristiana en la península ibérica.
Aunque la historia continúa con episodios que desembocaron en las tensiones y enemistad entre la Casa de Arcos y la de Medina Sidonia, nos hemos centrado en la intervención del Curro. Tomando la versión de Alonso Hernández del Portillo, entre varias de reconocidos historiadores.
El turco Caramari: Esclavo que había sido de Don Álvaro Bazán
En 1540, el corsario turco Barbarroja, general de las fuerzas del sultán Solimán y gobernador de Argel, deseaba tomar Gibraltar, una plaza estratégica que controlaba el acceso al Estrecho. En ese momento, un grupo de cautivos turcos y moros que había sido capturado por Álvaro de Bazán y trabajaban en las fortificaciones de Gibraltar, logró escapar. Con un profundo conocimiento de las defensas de la ciudad, huyeron a Argel, donde informaron a Barbarroja y al virrey de la facilidad para atacar Gibraltar, que se encontraba prácticamente indefensa.
Convencido por los fugitivos, Barbarroja envió una flota liderada por Dali Hamat y Caramani, un antiguo esclavo de Bazán que conocía bien la plaza. El 9 de noviembre de 1540, desembarcaron en la Caleta y, aprovechando la falta de preparación de la ciudad y la confianza excesiva de sus dirigentes, entraron sin encontrar resistencia significativa.
Aunque fueron descubiertos al amanecer por una esclava, ya era demasiado tarde. Los turcos se habían infiltrado en la ciudad y comenzaron a tomar rehenes, capturando mujeres, niños y algunas familias enteras. Pese a la resistencia heroica de algunos caballeros como Juan Sanabria y su hijo, Francisco de Mendoza, y otros defensores, los turcos lograron escapar con setenta cautivos, en su mayoría mujeres y niños.
Cuando llegaron los refuerzos de las localidades cercanas, los turcos ya se habían retirado. Aunque hubo intentos de negociar la liberación de los rehenes, las exigencias de los turcos eran demasiado altas. Finalmente, tras varias batallas y acuerdos, los cautivos fueron liberados en Vélez de la Gomera. En la última confrontación, Bernardino de Mendoza hirió mortalmente a Caramani, lo que marcó la retirada definitiva de los turcos, con numerosas bajas y barcos hundidos.
El Cura Romero
El Cura Juan Romero de Figueroa, párroco de la iglesia de Santa María en Gibraltar, jugó un papel clave durante y después de la toma de la ciudad por los ingleses el 4 de agosto de 1704. En medio de un feroz bombardeo que duró seis horas, muchas mujeres, niños y personas no aptas para la defensa buscaron refugio en el santuario de la Virgen de Europa. Tras la capitulación, los ingleses cometieron todo tipo de abusos en la ciudad, pero Don Juan Romero logró defender la iglesia mayor de Gibraltar, convirtiéndose en uno de los pocos que permanecieron tras la ocupación.
Aunque inicialmente preparado para huir, recordó su responsabilidad espiritual y decidió quedarse para asistir a sus feligreses y proteger los bienes sagrados de la iglesia, que incluían objetos de gran valor espiritual y material, encargados por sus superiores. Sabía que abandonar la iglesia era condenar estos bienes a la destrucción o el saqueo.
Durante los años siguientes, mientras la población de Gibraltar se dispersaba por las localidades cercanas, como San Roque, Tarifa, Medina Sidonia y Algeciras, Don Juan Romero permaneció en la ciudad. Su mayor preocupación era proteger y preservar los bienes de la iglesia. Al acercarse la fecha del Tratado de Utrecht en 1713, que cedió Gibraltar a Gran Bretaña, Romero continuó en su misión por otros diez años. En 1727, cuando comenzó una nueva confrontación, decidió que era el momento de asegurar los bienes eclesiásticos y trasladarlos fuera de la ciudad.
El cura desarrolló una estrategia ingeniosa y arriesgada para trasladar los objetos sagrados en secreto. Confiaba en españoles y paisanos de su confianza, y les entregaba discretamente libros, lámparas u otros objetos de valor. Estos, a su vez, los llevaban a San Roque o a otros pueblos cercanos. Para asegurarse de que todo llegara a buen puerto, Juan Romero llevaba consigo un libro de anotaciones en el que detallaba meticulosamente cada bien entregado, el nombre de la persona que lo llevaba y su destino final.
Entre los objetos que logró sacar estaban importantes libros parroquiales, como diecisiete libros de bautismos, algunos de los cuales databan de 1556. También sacó ocho libros de matrimonio desde 1610 y cuatro libros de fundaciones y capellanías, además de numerosos objetos litúrgicos, como cuatro lámparas de plata, cinco cálices, una naveta, un incensario, tres termos, ropa eclesiástica y conchas de plata para los bautismos.
Sin embargo, una de las mayores hazañas fue la extracción de las imágenes religiosas. El cura, con gran ingenio, logró sacar diversas figuras sagradas ocultándolas de diferentes maneras. Entre las imágenes que consiguió salvar estaban:
La Virgen de los Dolores
La Virgen de los Remedios
La Virgen del Socorro
El Cristo de la Expiración
La Magdalena
San José
San Antonio de las Monjas
El Santo Cristo de la Columna
El caso más destacable fue el de una imagen de San José, cuya gran corpulencia hacía imposible ocultarla con facilidad. Un católico llamado José Martín de Medina ideó una ingeniosa solución: colocó la estatua sobre un caballo, simulando que era una persona montada. La cubrió con una capa y le colocó una montera, logrando así pasar por las calles de Gibraltar sin ser descubierto. Este tipo de ingenio y riesgo demuestra el peligro constante al que se enfrentaban para salvar estos bienes.
Finalmente, esta labor secreta fue descubierta por los genoveses y otros colaboradores británicos, quienes informaron al gobernador. Como resultado, Don Juan Romero fue expulsado ignominiosamente de Gibraltar, escoltado por soldados a punta de bayoneta. No obstante, antes de su salida, tuvo el cuidado de llevarse el cuaderno de anotaciones con todo lo que había entregado, junto con los últimos libros y objetos litúrgicos que aún quedaban en la iglesia.
Gracias a esta labor meticulosa, la mayoría de los bienes eclesiásticos de Gibraltar fueron salvados y trasladados a San Roque y otras localidades cercanas, donde las comunidades desplazadas de Gibraltar encontraron refugio y continuaron sus tradiciones religiosas.
El Cura Juan Romero de Figueroa no solo mostró una profunda fe y dedicación a su comunidad, sino también una gran astucia y habilidad para salvar los bienes eclesiásticos durante los turbulentos años tras la toma de Gibraltar por los ingleses en 1704. Con un ingenio casi increíble, logró extraer imágenes, libros y objetos sagrados bajo el constante peligro de ser descubierto.
Uno no puede evitar pensar que, con semejante capacidad para sortear obstáculos y planificar operaciones complejas, bien podría haber sido nombrado para algún cargo estratégico. Si alguien podía haber recuperado el Peñón, o incluso traerse toda la Roca a San Roque junto con los objetos sagrados, ese habría sido sin duda Don Juan Romero. Su visión, paciencia y cuidado en la protección de sus bienes superaban con creces lo que se esperaría de un simple párroco. En cualquier otro contexto, su genio estratégico bien habría merecido un puesto clave en las filas de quienes intentaron recobrar Gibraltar para España.
¡Qué buen general hubiese sido el párroco Don Juan Romero!
ResponderEliminarAsí es, pero hasta en este caso imperó el despropósito. Es tristísimo leer estos tres últimos sitios a Gibraltar. Para hablar horas y horas sin acabar.
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