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DE GUERRAS Y DE AMORES. LA BALA BENDITA

 

DE GUERRAS Y DE AMORES. LA BALA BENDITA

Jaime López-Chicheri Dabán


Dominio público


Su relación con Ella pudo no haber pasado de un simple “flirt”, como para él lo fue al principio. Igual que el que había mantenido con Maruja, La Greta, pocas semanas antes. Su capitán, buen amigo, estuvo a punto de ser el involuntario causante de que así fuera; de que el futuro no fuera de ellos. Lo contaré con sus palabras. 1

 “El capitán de mi compañía, Leopoldo C, me llamó una mañana: Fernando, usted se incorporó hace ya mes y medio a mi compañía, de la que es uno de sus oficiales, y ha desempeñado sus funciones a entera satisfacción… Yo quiero devolverle a su familia sano y salvo, y como Madrid va a caer de un momento a otro, deseo que en cuanto eso ocurra se vaya para reunirse con los suyos. De verdad lo siento, pero creo que es mi obligación. Yo le concederé a usted un permiso que, a su elección, puede ser definitivo. Deme usted un abrazo.” 

Le complació la idea de ir a Madrid y ver a su familia, de la que nada sabía desde hace meses. Así que, de vuelta a su posición, se lo contó a los oficiales amigos U y B. Estos se alegraron, como no podía ser menos, pero le advirtieron:

Tu despedida te va a costar dos cosas. En primer lugar, un par de buenos pollos, que haremos con buena fritada y los regaremos con media arroba de vino de la ribera. Y después te haremos una operación quirúrgica extensiva a nosotros tres: cortarnos el pelo al cero. Así, tus ricitos quedarán en tierras de Aragón.”

Así lo dijeron; así lo hicieron. De esta simpática anécdota quedó testimonio gráfico que no deja lugar a dudas, ni del hecho ni de la fecha. Era el 17 de noviembre de 1936. Tenía 20 años.


1.El texto entrecomillado es de NOSOTROS, la autobiografía de F.

El capitán no estuvo acertado en su pronóstico. Madrid resistió los ataques de las brigadas nacionales. Por su parte, el ejército gubernamental redobló las acciones en otros frentes y Aragón no fue una excepción. Hubo ataques muy serios en la zona de Quinto de Ebro, teatro de operaciones del tercio María de las Nieves. Ambos sucesos, la resistencia de Madrid y el recrudecimiento de los combates en el frente de Aragón dieron al traste con los planes de trasladarse a Madrid. Felizmente.

Felizmente… a pesar de los sucesos que acaecieron inmediatamente después, exactamente cinco días, de la anécdota de los pollos y al rapado al cero del alférez.

Su batallón, su compañía y su sección se vieron envueltos en la ofensiva gubernamental, uno de cuyos frentes era, precisamente, Quinto de Ebro. Así cuenta Fernando este “feliz” suceso que tuvo lugar el 22 de noviembre de 1936, a las cinco de la tarde:

 “Ocuparon posiciones que rodeaban las de nuestro perímetro de resistencia y con sus fuegos fijaron las propias. Intentaron ataques convergentes por las eras de la parte alta del pueblo y desde las huertas de la baja. Tras un intenso cañoneo, bien respondido por nuestro grupo de 105/17, intentaron algunos movimientos de avance fácilmente rechazados.

Veinticuatro horas sobre veinticuatro permanecimos en las trincheras, resistiendo, vigilando y rechazando ataques, en las horas diurnas con fuego sobre objetivos visibles y en las nocturnas contra los previstos o con descargas cerradas…

Me di cuenta de que una bala había hecho carne en uno de los que permanecíamos en la trinchera y, al preguntar… de inmediato me percaté de que el herido era yo mismo. Fue una fracción de segundo, pues el balazo ni duele ni se nota cuando no choca contra hueso; simplemente pasa y es una sensación de calambre que apenas notas.

De inmediato me evacuaron al puesto de socorro de la compañía… Al desnudarme, observé que el tiro me había dado en el bajo vientre, pues allí aparecía perfectamente definido un agujero. Ni sentía ni me dolía nada, pero lo que sí sé es que en unos instantes se me pasó por la imaginación toda mi corta vida, como si de una película se tratase…

El soldado médico, O, y el practicante, A, hurgaron las heridas y dieron más importancia a las del muslo derecho, al penetrar la bala por su parte anterior derecha, con un recorrido de abajo a arriba en toda su extensión hasta salir por la parte superior interna, rozar ligeramente el pene, y pasar limpiamente en sedal por las partes bajas y blandas del vientre, sin interesar órganos vitales.

Tiro importante, pero de gran suerte y muy limpio… Mi existencia en absoluto peligraba. Al cerciorarme de ello, no es que me entristeciera, pero una extrañísima reacción física y psíquica sucedió. Desaparecieron mi paz y tranquilidad y sobrevino una especie de excitación nerviosa y un temblor a lo largo del muslo… sin que pudiese pararlo ni evitarlo.

Puedo jurar que mientras me consideré muerto, mi conformidad y mi paz fueron absolutas. Cuando supe que vivía, desaparecieron.”

Me he entretenido en el detalle de la descripción porque un tiro, que pudo haber sido mortal, es suceso digno de atraer la atención. También por lo emotivo de sus reflexiones, o quizá simplemente reacciones, ante la muerte que inútilmente le esperaba y la vida que con ilusión le abrió sus brazos.

He calificado el suceso de feliz por un simple interés personal de quien esto escribe que, como habrán adivinado, soy yo. Porque si el tiro hubiera alcanzado su objetivo mortal, con toda seguridad yo no estaría relatando esta historia. Pero si el tiro no hubiera tenido lugar, con toda probabilidad no podría contarla; porque sin ese tiro, la vida podría haber girado de manera distinta a como lo hizo. De modo que sucedió lo mejor que podía haber sucedido. Estaba escrito en el cuaderno de los destinos de él y de Ella.

Su estancia en el hospital no fue prolongada, aunque sí muy intensa. Del puesto de socorro de la compañía fue trasladado al de la comandancia, con mejores recursos. Inmediatamente fue evacuado al Hospital del Salvador, en Zaragoza, antiguo colegio de jesuitas habilitado al efecto, en el que dispusieron una habitación de las reservadas para oficiales. La noticia se propagó entre amigos y familia. Incluso llegó, de boca de sus compañeros, a aquella amiga que conoció en el “Taxi Girl” de El Tubo y con la que tanto intimó. Maruja se llamaba; La Greta tenía por apodo.

“…Y, efectivamente, la primera visita que al día siguiente recibí fue precisamente la suya. Pero se presentó tan arreglada y tan maquillada, que a la luz diurna sorprendía aquella muchacha que hacía prácticamente su vida en un local cerrado, bajo los focos de luz artificial. Aquellas monjas, aquellos ‘detente enemigo, que el corazón de Jesús está conmigo’, se escandalizaban con su presencia.

Le agradecí mucho su visita, pero le rogué cariñosamente que no se presentara tan pintada; que comprendiera que, en aquel hospital, con un ambiente ‘decimonónico carlista’, su llamativa presencia chocaba… Al día siguiente, Maruja se presentó con su cara completamente lavada y con una modestísima bata, pero con profundas huellas delatoras de tanto maquillaje sobre pintura que le hacía resultar más procaz si cabe.”

Él intuía que, si no se ponía firme, la posible -segura- coincidencia de visita de maruja y la de Ella, que ayudaba como enfermera en el hospital, podría resultar en cataclismo. De modo que le dijo que ya le mandaría aviso para nueva visita, “pues mi estado de gravedad no permitía visitas tan frecuentes”.

La Greta, brava como era y celosa como demostró serlo, respondió a la insinuación con un ataque directo:

  • Ya sé que vas por el paseo con una señorita muy mona; y que sepas que la voy a rajar.

Así que pidió ayuda a un buen amigo, Miguel, que era canónigo de la catedral de Teruel y que también se había incorporado al requeté. Le pidió que visitase a La Greta y que dejase las cosas en su lugar”. Días después se enteró que el problema había quedado resuelto. Miguel no solo transmitió el mensaje, sino que intentó –y logró- ocupar en el corazón y en el lecho de Maruja el hueco que él había dejado.

Recibió también la visita de su padre, que se trasladó desde San Juan de Luz con su magnífico Panhard Van den Plas y con su amiga ocasional, a la que él hizo pasar por una tía carnal para no seguir asombrando a las monjitas con asuntos tan mundanos.

Y, cómo no, recibió asiduas visitas y mimosos cuidados de “aquella muchachita que había aceptado ser mi madrina de guerra y que, desde el 4 de diciembre, ya era mi novia”.

Aquella muchachita era Ella, Blanquita.

La guerra continuaba. Madrid, ni se rendía ni se ocupaba. Y yo debo acabar este relato del mismo modo como se hace en las hojas de servicio de los militares: Y en dicha situación finalizó el año.”

Era el año 1936. La resistencia de Madrid y el tiro que casi lo mató han permitido que esta historia continúe. Gracias a esa bendita bala, el futuro sí fue de ellos. Tan de ellos, que casi 90 años después de aquella bala, de aquella chiquilla, de aquel amor, nacieron ocho hijos, 22 nietos y 30 biznietos.

¿Qué habría sucedido sin aquella bala? No lo sé, jamás lo hubiera sabido porque yo no habría nacido.

Recuperándose tras el bendito disparo


 



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