Detalles que viajan lejos
![]()  | 
Camino con paso diligente hacia el lugar donde desayuno. En la pantalla de mi móvil marcan casi las nueve, aunque apenas hay transeúntes en las calles. Ese vacío les da un aire triste, pero pronto la ciudad despertará.
Una acera estrecha y peligrosa, de apenas cuarenta centímetros, me conduce recto a mi destino. En dirección contraria avanza una joven con vestido blanco como la nieve. Al cruzarnos cedo el paso, pisando con cuidado la calzada: ella sonríe y me regala un “gracias” envuelto en una fragancia ligera.
He comprobado en más de una ocasión cómo las personas mayores o con movilidad reducida sufren al atravesar este tramo de la calle Ángel. Por ahí pasaba todos los días Juan, quien tenía movilidad reducida, y lo pasaba bastante mal; hace unos meses falleció. Incluso me he visto obligado a pedir a algún conductor que aminore la velocidad. Una escena repetida, cuya solución parece tan sencilla y, sin embargo, nunca llega.
Al llegar a la cafetería de Jerónimo, un saludo cortés a las señoras de las mesas exteriores rompe el aire y provoca miradas amables, respuestas breves y delicadas. Ese rincón parece haber encontrado su función: un refugio donde merece la pena detenerse.
Dentro me espera Paco, sentado de espaldas a la puerta. Al verme se levanta: el abrazo nos recuerda su larga ausencia, debida a compromisos familiares. Sobre la mesa, una pequeña bolsa marrón preside la reunión, mientras un torrente de palabras comienza a fluir de su boca.
Con entusiasmo me habla de lo vivido en Barcelona: anécdotas, arquitectura, cultura, libros, actividades… Todo brota como los saltos rápidos de las niñas con la comba. Poco a poco el caudal aminora, y entonces introduce la mano en la bolsa. De ella emergen los obsequios.
Me entrega primero un juego de lápices de punta irrompible; después, un librito de Stefan Zweig, uno de mis autores de siempre. Sonrío: será mi próxima lectura, tras terminar la correspondencia entre Hesse y Zweig. Luego aparece un volumen en catalán, sobre bibliotecas de la comarca del Maresme. Entiendo fragmentos, imagino lo mismo que sentirán muchos catalanes al leer en castellano. Paco amplía con explicaciones, hasta que, de pronto, se lleva las manos a los ojos. Su voz se quiebra. Coincidía la fecha con un trabajo que yo realizaba en el Campo de Gibraltar, donde recorrí todas las bibliotecas de la zona. Todas abrieron sus puertas salvo la de su propia ciudad, que puso impedimentos. El recuerdo duele todavía.
El último objeto es una medalla conmemorativa de un campeonato de caza submarina celebrado en Ceuta en 1982. En su anverso, el escudo en relieve de la ciudad; en el reverso, los datos grabados. La sostiene con respeto, como si guardara en ella un tiempo que aún respira.
Seguimos conversando largo rato. Libros, cultura, noticias, ideas que van y vienen como si fueran olas pequeñas. Al final, comprendí que en aquella bolsa marrón no pesaban los regalos, sino la memoria, la amistad y la cercanía que viajaban con ellos. Y al salir, mientras retomaba mi camino por la misma acera estrecha, sentí que el día ya no podía parecer triste.

Bonito relato, en el cual haces cuatro " denuncias" de algo que en nuestros tiempos lo llevábamos por bandera, pero que ya se ha perdido.
ResponderEliminarEl ceder el paso por educación o galantería, el denunciar zonas por peligrosidad para personas mayores o con movilidad reducida. El saludar por cortesía al llegar a algún sitio con gente ( conocidas o no conocidas) . Y el del amigo que cuando volvía de algún viaje, llegaba con algún regalo del lugar.
Relato muy sutil, pero muy cierto.
Santi, un abrazo
Gracias, Pepe, por detectar las variables de este un texto. A veces lo simple está repleto de mensaje y contenidos, pero solo lo detectan algunos.
Eliminar