El emisario
La tarde invitaba al paseo. Una suave brisa jugueteaba entre las ramas de los árboles del parque botánico. Era placentero pisar ese tapiz verde, como una alfombra tendida por la naturaleza, un premio silencioso para quien se atreviera a recorrerla en soledad.
En esa calma, con la melancolía del investigador que piensa en la indiferencia de su entorno, vuelvo mentalmente a los últimos artículos que he escrito. Pienso en el poco interés que en ese lugar se muestra por la historia de sus propias raíces. Es como si celebraran bodas sin novios, bautizos sin niños y funerales sin muertos. La historia del pueblo es una misa sin feligreses: siempre está allí, pero nadie escucha.
Elevo la mirada: el cielo se tiñe de un rojo apagado, pinceladas del sol sobre las nubes, que salpican el aire como un rosario disperso. Me parece escuchar pasos secos entre la hierba. Un leve olor a tabaco antiguo me alcanza. Miro en todas direcciones. Nadie. Sigo andando. A lo largo del sendero, creo ver sombras que no encajan con la dirección de la luz.
La claridad va cayendo, pero la noche es suave y agradable. Me invita a sentarme en uno de los bancos del parque, justo al final del recorrido. Cruzo las piernas. El olor a jazmín me obliga a respirar profundamente. Entonces, surge una voz a mi espalda:
—No se gire.
Me quedo inmóvil. La voz es firme, tranquila, pero con la cadencia de quien carga con algo demasiado pesado desde hace tiempo.
—No pretendo asustarlo. Sólo tengo que comunicarle algo.
No respondo. Espero.
—He leído casi todo lo que ha escrito sobre la historia de ese lugar. Especialmente sobre aquella serie de artículos dedicados a los orígenes de la ciudad. Usted ha intuido cosas que muchos ni se han atrevido a imaginar.
Permanecemos en silencio unos segundos. Las ramas apenas se mueven, como si también escucharan.
—¿Quién es usted? —pregunto al fin, sin girarme.
—No es importante. Llámeme emisario, si quiere. Mi función no es convencerle, sino entregarle una verdad. Usted ha dicho que la creación de la ciudad no fue una petición vecinal espontánea, sino parte de una estrategia. Y tiene razón. Las órdenes no partieron de los habitantes… sino de más arriba. De Su Alteza, el Regente.
Mi respiración se hace más lenta. Trago saliva. No me sorprende del todo. Quizá porque, en el fondo, ya lo sabía. O peor: nunca quise confirmarlo.
—Era una operación planificada. Se necesitaba un núcleo poblacional controlado, con forma de ciudad, que sirviera como obstáculo geográfico y político frente a las pretensiones del Peñón. Un punto de observación, una resistencia simbólica. Una frontera viva, pero sin llamarle así.
No me muevo. Quiero hacer muchas preguntas, pero no quiero romper el hilo.
—Incluso la moneda de cinco pesetas —continúa— fue parte del diseño. ¿Sabe por qué aparece el Peñón en ella? No por orgullo. Por advertencia. Por memoria grabada en metal.
Hace una pausa. Su respiración se escucha, apenas.
—Los malteses, los genoveses, las prostitutas… no llegaron por casualidad. Fueron elementos calculados. Cada uno alteró la balanza social. El alcohol, la delincuencia, las enfermedades: todo era parte de una ecuación compleja que buscaba moldear el lugar. Crear un terreno fértil para la descomposición... o para la resistencia, según quién lo mirara.
—No tengo pruebas de eso —digo al fin, bajando la voz.
Entonces, me pasa algo por encima del hombro. Una hoja doblada, de papel antiguo. Lleva guantes. Lo tomo con cuidado y lo abro.
En
el encabezado, casi desvanecido, se lee:
“S.A.
El Regente del Reino — Proyecto de consolidación del Campo de
Gibraltar mediante segregación
urbana controlada.”
El
sello en relieve aún se distingue, aunque desgastado.
—¿Cómo espera que publique esto? Me arriesgaría.
—No como prueba, sino como ficción. Nadie cree en los cuentos… hasta que se parecen demasiado a la realidad.
Guardo silencio. Quiero seguir hablando, hacer más preguntas. Pero antes de que el silencio se cierre, la voz dice algo más:
—Por cierto… su relato sobre la mujer del purito. Me gustó. Muy bien tratado, con respeto.
La frase me deja congelado. ¿Cómo puede saberlo? Aquel texto lo publiqué en un boletín menor, hace años. Casi olvidado.
—Pensé que era solo una anécdota —murmuro.
La voz titubea apenas.
—Para usted, quizá lo fue. Para otros, no tanto, se llamaba Ángela.
Mis labios se entreabren.
—¿Ángela?
—Cuando estuvo en Madrid, en el 81. Fue su sombra durante días. No sólo sabía caminar sin dejar huella... también sabía a quién mirar y cuándo hablar. Usted no lo entendió del todo, pero no importa. Aquella conversación fue necesaria.
Siento un escalofrío. Las piezas no encajan del todo, pero ya no parecen aleatorias. Ni la ciudad, ni la historia, ni mis propios pasos.
—¿Y quién era en realidad?
—La historia no sólo se estudia. A veces, se deja caer en una calada. Y usted… la inhaló sin saberlo.
Silencio. Giro la cabeza lentamente, por fin, como si algo me lo permitiera.
Ya no está.
Ni la voz. Ni el hombre. Ni siquiera el olor a tabaco.
Sólo queda el banco, el jazmín… y el espectro de una historia que parece reescribirse hoy: un Peñón sin verja, transfronterizos que entran y salen sin control, y un barrio donde compran fincas como quien siembra vigilancia.
Genial, como todo lo que escribes!
ResponderEliminar¡Intrigante!
ResponderEliminarMuy bueno y bien descrito. Enhorabuena
ResponderEliminarMe he quedado de piedra. Solo la ocurrencia es impresionante. No es posible, lo llevas a la realidad y ya no sé si lo sacas de ella. !sensacional!
ResponderEliminarAngelines Iniesta Doña
ResponderEliminarMe encanta Santiago, una historia escrita en el limite entre realidad y ficción. 👏👏
Antonio Alba
ResponderEliminarGenial! No pude pasarme pero me hubiese gustado, más actividades como ésta Ayuntamiento de Los Barrios 👏🏼👏🏼
Sin palabras. Qué bien escribes y cómo conoces la historia.
ResponderEliminarLa Historia no se lo va a permitir , pero como un día se descuide un poco , usted es capaz de cambiarle el curso . Cientificos se han atrevido a calificar de ficción especular a nuestro universo . Lo de llegar a lo real por caminos trazados por la imaginación solo está al alcance de muy pocos . El mismísimo Regente Segregador se ha sorprendido con cómo interpreta ese momento . Quizás, al final , acabemos cubiertos por los escombros de nuestras propias mentiras .
ResponderEliminarAmigo Paco, solo han sido unas letras leídas en un entorno amigable, y he respondido ante quien ha querido saber.
EliminarPepe Pozo
ResponderEliminarHace tiempo , leí un artículo sobre las primeras frases de los libros. La composición literaria y el contenido de ellas, es lo que te hace interesarte y engancharte a la trama, te despierta la curiosidad.
Con tus escritos,es lo que me sucede y en este del Emisario, me ha pasado desde la primera frase.
Tiene razón el "Emisario". La Historia si la haces novelada y con un poco de contenido de ficción, parece que se les presta más atención. Todos ( o casi todos) de tus escritos me gustan, pero este relato corto, me ha parecido genial . Enhorabuena.
Gracias por los elogios, amigo Pepe. Tienes razón: el inicio debe despertar la curiosidad del lector. A partir de ahí, se va conduciendo la narración hacia el objetivo que se persigue. En el caso de un relato histórico orientado al suspense, considero imprescindible conocer a fondo los hechos. Para comprender plenamente el texto, es necesario dominar los antecedentes. Cuando tenga un momento, prepararé un resumen y te lo envío.
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