Pequeñas Magias de la Infancia
A veces me resulta complicado elegir un determinado tema. Algunos de ellos tienen un objetivo concreto, incluso directo. Este es el caso: quiero arrancar una sonrisa a algunas personas que lo necesitan. Un buen medio es contar chistes, pero nunca he poseído las suficientes cualidades, como mi amigo Miguel. Sin embargo, puedo contar historias que distraigan, que logren evadir los pensamientos o un determinado estado durante unos minutos.
En este contexto, soy persona de intentarlo. Además, quiero hacerlo hoy y en este momento. Estoy seguro de que más de una de las cosas que les voy a contar, ustedes la han practicado, porque un día también fuimos inocentes, porque un día fuimos niños. Hoy lo hacemos porque algunos necesitamos mirar hacia atrás o quizá a un lado, y encontrar a alguien.
Hay momentos en la infancia que, sin darnos cuenta, se repiten en todos los rincones del mundo. También en nuestro Campo de Gibraltar. Son gestos inocentes, pequeñas acciones llenas de asombro y sencillez, que reflejan la pureza de la mirada infantil. Son esos instantes en los que los niños, con su lógica particular, intentan comprender y moldear el mundo a su manera.
Son innumerables las ocasiones en que, en esos calurosos días de verano, el niño en la playa cava con entusiasmo un agujero en la arena, convencido de que podrá llenarlo de agua y crear su propia laguna. No importa cuántas veces el mar lo vacíe, él sigue intentando, con la certeza de que esta vez lo logrará. Y lo mejor es que algún mayor participa, imprimiendo velocidad o dirigiendo la empresa.
Qué ejercicio de dinamismo y convencimiento el del pequeño que persigue su propia sombra, tratando de pisarla sin que se le escape. O aquel que intenta atrapar su reflejo en el agua, como si en algún momento pudiera llevárselo consigo. Seguro que ustedes en algún momento lo hicieron.
El que, con la seriedad de un explorador, sopla sobre una herida para aliviar el escozor, convencido de que su aliento tiene propiedades mágicas. O el que cubre su cabeza con la manta, seguro de que, si él no ve, tampoco puede ser visto.
Y luego está ese niño—o quizás un adulto con corazón de niño—que un día intenta capturar los rayos del sol en una caja con tapadera. Lo hace con esmero, esperando que, al abrirla más tarde, la luz siga allí, atrapada como un tesoro secreto. Tal vez nadie le explicó que la luz es libre, o tal vez simplemente quería comprobarlo por sí mismo.
¿Recuerdan la última vez que deshojaron una margarita, pidiendo un deseo? ¿Eran niños? O quizá adultos. Tal vez, en lugar de una margarita, era un diente de león, creyendo que al soplar trasladaría el deseo al viento.
Qué maravilloso es ver o recordar el dejar un vaso de agua en la ventana, esperando que la luna beba de él durante la noche. Quizá les resulte más familiar dejar el vaso de leche o agua y comida para los camellos de los Reyes Magos.
Confieso que no hace mucho yo también escuchaba el mar poniéndome una caracola en el oído, y hasta las olas retirarse después de romper sobre las piedrecitas de la orilla. A veces, me gustaría encontrar una caracola mágica, una que me permitiera escuchar algunas voces queridas.
Qué ilusión ver a un niño ocultar un tesoro (una canica, una piedra especial) en el jardín, con la intención de desenterrarlo años después y encontrarlo intacto.
Finalizo y voy a cerrar este baúl de recuerdos con dos que también habrán observado: aquel niño que cree que, corriendo lo suficientemente rápido, podrá volar, aunque sea por un instante.
Estos momentos, tan simples y tan universales, nos recuerdan la magia de ver el mundo con ojos nuevos. Son la prueba de que, en algún rincón de nuestro ser, siempre llevamos dentro a ese niño que un día fuimos.
Ahora, queridos amigos, con el deseo de que les haya hecho pasar unos minutos felices, les cuento que creo que a mi nieto se le ha caído un diente. Lo ha metido debajo de la almohada y me ha preguntado si vendrá el ratón Pérez a dejarle unas monedas.

Algún día, los mandatarios del mundo deberían llevar consigo a niños mientras deciden el rumbo del planeta. Les sugeriría que los observaran en distintos entornos, recordando que en su inocencia y creatividad podría estar la clave para un futuro más justo y humano.
ResponderEliminarQué precioso relato!!!
ResponderEliminarClaro que me veo reflejada en él. Y aún hoy, gracias a Dios, conservo una parte de aquella niña cuya imaginación no tenía fin, sobre todo cuando tenía 8 hermanos más pequeños con los que inventar y compartir experiencias.
Muchas gracias por sacarme una sonrisa antes de dormir ☺️
Me alegro mucho, Aida. Muchas gracias a ti por leerlo.
ResponderEliminarEduardo Gavilán: Buenísimo y real como la vida misma Santiago.
ResponderEliminarTodos llevamos ese niño dentro que tan solo los nietos son capaces de reavivarlo y sacarlo a flote....cuando llevo a mi nieta al parque y veo como corre detrás de las palomas me recuerda cuando yo niño también intentaba lo mismo ...pero cuando me siento más niño es cuando estoy con ella en la playa y o bien como tú dices hacemos el agujero en la playa y la introduzco dentro y empiezo con el cubito a llenarlo de agua para que ella esté agusto o cuando hacemos un castillo y lo vamos cubriendo con conchas de almejas y demás.
Pero cuando la cría está entretenida con su juego y me libera de estar por un tiempo pendiente de ella...ese niño que fui persiste en seguir jugando...no persiguiendo mi sombra como antaño pero si buscando esa piedra plana para hacer chorritas en el mar...y entonces me viene a la mente mis tiempos de niño.
Sí Santiago has despertado en mi esa época de inocencia que es lo más sano que lleva uno dentro.... todavía no conocíamos la maldad de los demás...ni la envidia...ni el egoísmo...ni nada de la miseria de mundo en el que vivimos....por lo menos así lo veo yo...mi enhorabuena por ese artículo...un abrazo mi amigo.
¡¡¡Fantásticos comentarios!!! Me alegra despertar estos gratos recuerdos. Abrazos y muchas gracias.
ResponderEliminarAntonio: Quien no ha pensado o soñado más de una vez con esas vivencias
ResponderEliminarPues casi todos en bastantes ocasiones.
EliminarAna María Moya: Ayyyyy, cuanta inocencia vamos perdiendo con los años, una pena,aunque siempre podremos revivirlo a través de nuestros hijos y nietos.
ResponderEliminarAsí es, sobre todo, los egos juegan malas pasadas y por ello somo capaces de lo peor.
EliminarQue bonito
ResponderEliminarJavier Montesinos: Que relato más tierno.
ResponderEliminarAunque soy de los que recurro a mi niñez en mis pensamientos de vez en cuando, has logrado acrecentar mis recuerdos y tantas vivencias que formaron parte de mi añorada niñez.
Gracias Santiago y ojalá cosas como estas calen en el alma de la gente sin escrúpulos que tanto abunda.
Muchas Gracias Javier. Mi querido amigo, ya nos gustaría, pero creo que la gente sin escrúpulos no leen cosas como estas. Solo les importa, ellos mismos.
ResponderEliminarMariola De sola Earle: Reconforta dormir con una sonrisa provocada por esa inocencia infantil. Gracias por lograrlo Santiago!!!
ResponderEliminarNo sabes cuanto me alegro. Gracias.
ResponderEliminarEs precioso. Muchas gracias
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